Pepe Mujica, ¿mediador de la paz?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



No resulta fácil escribir acerca de Pepe Mujica; más complicado aún, entenderlo y, peor todavía, defender su mandato. Cuando la revolución cubana era el caballito de batalla de las izquierdas latinoamericanas, nuestro personaje de marras entra a las filas de los Tupamaros, es apresado un par de veces, escapa de las mazmorras de Punta Carretas junto a otros cien guerrilleros y a la muerte en las alcantarillas de Montevideo durante los operativos que terminaron con la derrota militar de los sediciosos. Los tupamaros, al igual que las demás guerrillas suramericanas, habían considerado la lucha armada como el camino para alcanzar el poder; no obstante, no eran de gatillo fácil, y sus acciones delictivas favorecían a las clases bajas (asaltos bancarios, detención de camiones con mercancías que repartían entre los desfavorecidos, etc); algo similar al M19 en sus tiempos más visibles. A pesar de haber ejercido el secuestro y algunos homicidios, no tenían mucho rechazo popular. Los años que Mujica pasó encerrado en la cárcel durante la dictadura le hicieron entender que las armas como instrumento político fueron su mayor equivocación; el vacío espejismo de los barbudos cubanos de Fidel no aplicaba por estos lares.
Mujica retorna a la libertad luego de la caída de la dictadura militar y el ascenso de Sanguinetti, quien decreta una amnistía, y los llamados "nueve rehenes" salen de la guarnición militar. Al exguerrillero le habían acompañado las necesarias reflexiones y el cambio de vida, inscribiéndose entonces en el Frente Amplio, una coalición de las izquierdas democráticas uruguayas ajenas a la lucha armada como medio político. Verdad, perdón y reconciliación fueron necesarios en la vida del presidente imposible. Sí, porque era imposible que un ex-guerrillero, campesino, con un sistema de vida muy básico, sin dinero para una campaña política y otros factores en contra, llegase a dirigir los destinos charrúas. Fue primero diputado y senador, y ministro antes de llegar al máximo cargo en la república uruguaya, en 2009. Directo y sin ambages ni sutilezas, habla como piensa y actúa. Tiene un compromiso moral con los humildes, de donde proviene. A sus 79 años, ha orientado su gobierno esencialmente a lo social; los puntos más polémicos del mandato son la despenalización del aborto, la regulación y control estatal del mercado de la marihuana, el refugio de familias sirias que huyen del horror de la guerra, o la recepción de los prisioneros de Guantánamo, hoy sufriendo una cruel reclusión sin razones aparentes y en un limbo jurídico del cual el captor, los Estados Unidos, no se propone resolver. Los resultados de su gestión en estos campos son positivos, aun cuando no tanto las prometidas reformas educativas, del Estado ni el incremento en la inversión agrícola. Unas de cal y otras de arena.
Mientras tanto, el gobierno colombiano desarrolla los diálogos de La Habana en busca de una paz negociada con la guerrilla colombiana de las Farc, una extraña amalgama de trasnochado marxismo, delincuencia y terrorismo, que hace parte de los varios grupos armados que siembran el terror en el territorio colombiano. Han sido negociaciones difíciles y prolongadas, que hasta el momento arrojan resultados parciales pero positivos, siempre dentro del marco constitucional y legal. Sin embargo, empiezan los temas de mayor complejidad, como la entrega de las armas, el fin del conflicto y la participación en política de los guerrilleros. Considera Pepe Mujica que la verdad debe aparecer plena, aun con ciertas cuotas de sacrificio de la justicia; el perdón y la reconciliación son necesarios para completar el cuadro. "¿Por qué tienen que cargar las nuevas generaciones con los fantasmas de nuestro dolor y de nuestras contradicciones? Eso no es justo", afirmó en una entrevista reciente al Espectador.
Mujica ha ofrecido a su país para facilitar el proceso de negociación y creo que, como se dice coloquialmente, hay que cogerle la caña. ¿Quién más autorizado e idóneo que un exguerrillero convencido de que las armas no son el camino para lograr la paz? ¿Quién más apropiado que el exconvicto para hacerles entender a nuestros alucinados guerrilleros que la vía democrática existe -basta mirar los resultados de la reinserción del M19- y que es la única manera de exponer sus ideas al escrutinio de los ciudadanos en vez de querer imponerlas a punta de fusil? ¿Quién mejor que alguien que sufrió e hizo sufrir los rigores de la guerra y reflexionó acerca de su inútil crueldad? Debe recibirse a cada persona que se integre al proceso de paz; cada aporte valioso debe ser acogido. Muchos procesos en el mundo han sido exitosos con la verdad, el perdón, la reconciliación y la justicia, pero también con facilitadores. Si Mujica contribuye a la salida negociada al infame e interminable conflicto, bienvenido. A fin de cuentas, la paz requiere más Mujicas democráticos y menos Timochenkos radicales.
Apostilla: Lamentable el fallecimiento de Rafael Pérez Dávila, un gran magdalenense, un gran señor en todo el sentido de la palabra. Paz en su tumba.