De Bello a Plato

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



Bello y Plato, tierra y agua. Bello en Antioquia y Plato en el Magdalena, son los dos municipios que resumen la tragedia invernal que vive Colombia. No son los únicos, pero son el símbolo de un dolor nacional que empezó a llorar desde el cielo, a rodar por las mejillas de las montañas y a meterse por quebradas y ríos, con la ayuda de la imprevisión estatal y ciudadana, no sólo nacional sino mundial.

La tierra hospitalaria y afectuosa, esa por la que tanto luchamos, esa por la que matan y nos hacemos matar, esa por la que desplazan familias enteras y partidas, esa por la que hacen guerras para correr o borrar fronteras, esa que con su generosa fertilidad nos alimenta, esa que nos aloja plácida en su espalda y a veces en su vientre cóncavo, esa que nos da minerales dorados, plateados, de cristal verde y de mil colores, esa tierra, esa misma tierra -quién lo creyera- en el barrio La Gabriela de Bello mostró la otra cara, la que tenía que mostrar y muestra cuando se juega con ella, cuando se le maltrata, cuando no se le respeta, cuando desconocemos sus entrañas, cuando nos metemos con ella de malas maneras, cuando la ponemos cerca del agua desordenadamente formando una mixtura mortal.

El agua generosa y fresca, esa que creíamos inagotable y que hoy parece lo es pero de otra manera menos amable, esa valiosa que según dicen causará las guerras futuras, esa por la que pugnan quienes cultivan la tierra y quienes tenemos sed y calor. Esa transparente en todos los sentidos, esa buena del agua, esa agua, esa misma agua -quién lo creyera- está mostrando en Plato su otro rostro, desatando su poder arrasador cuando nos interponemos en sus caminos y en sus lugares de descanso, cuando destrozamos y talamos sus aliados verdes en cuencas y montañas, cuando desorganizamos y confundimos el clima en aras de nuestro supuesto desarrollo.

Bello y Plato, en el Valle del Aburrá el primero y en el valle del Magdalena bajo el segundo, en los departamentos de Antioquia el primero y del Magdalena el segundo, valles y departamentos que me vieron nacer los primeros y que me ven vivir los segundos. Ambos, Bello y Plato, son Colombia hoy y también el planeta; son apenas un anticipo del colosal desastre que nos estamos causando, y nos publican ante la naturaleza y nos desvisten nuestra poca inteligencia, y nos exhiben en el museo de la historia como los seres más destructivos, ciegos y obtusos de la creación. ¡El hombre está desnudo!, exclamaría una pequeña planta, un lánguido riachuelo o una diminuta piedra.

Bello y Plato, tierra y agua. Tierra y agua encima de seres humanos, de cultivos, de calles, de casas, de juguetes y azadones, de ilusiones y de sueños. Tierra y agua, ambas bendiciones y regalos pero también maldiciones y despojos. La tierra nos alberga, nos alimenta, nos obsequia seguridad y sosiego, y hasta nos sirve de última morada cuando ya no somos y ella sí. El agua nos calma la sed, nos refresca el sofoco, nos permite surcar su lomo para desplazarnos cerca y muy lejos, y asociada en justa dosis con la tierra nos nutre y permite que los verdes se explayen y asciendan.

En Bello y Plato tierra y agua se aliaron, pero no para darnos vida y sosiego, sino para matarnos, para desalojarnos, para dañarnos. Me equivoco: no se aliaron, las aliamos nosotros irresponsablemente sin seguir la receta, sin tasarlas. Actuamos como un inocente niño que encuentra por ahí elementos desconocidos y atrayentes, inofensivos cuando separados pero mortales cuando mezclados, y los une sin fórmula ni método.

Hace dos años escribí un artículo titulado "De Bolombolo a Aracataca", título que tomé prestado para un libro que acabo de publicar. El escrito mencionaba ambas poblaciones como manera de narrar el periplo de los últimos años vividos por este aprendiz de escribidor, y de hacer un sencillo homenaje a los dos departamentos de Colombia que me han acogido para vivir. Hoy no es de Bolombolo a Aracataca, es de Bello a Plato.

Hoy no es por regocijo ni por contar anécdotas; es por lágrimas. Hoy enlazo de nuevo en un título dos poblaciones de mis dos departamentos para narrar las tristezas de mis tierras y de mis aguas, de mi gente.