La conciencia de la imperfección

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alberto Carvajalino Slaghekke

Alberto Carvajalino Slaghekke

Columna: El Arpa y la Sombra

e-mail: alberto.carvajalino@gmail.com



El desarrollo de la tecnología, las ecuaciones resueltas, un mundo intercomunicado en tiempo real y en donde toda acción se mide y cotiza en una escala de valores comerciales, provoca una sensación al hablar, o mejor aún, al escribir acerca de la conciencia de la imperfección que esto resulte cuando menos, en apariencia, fuera de lugar.

Pero la experiencia indica que esos lugares por fuera de lo común ofrecen paisajes que merecen ser explorados.

Reconozco que el título de esta columna es subjetivo e imperfecto, en la medida en que aceptemos que no existe una única conciencia y que ella, además, transmuta por la dialéctica de la moral y los principios éticos de las sociedades en constante evolución.

Tal vez, cuando al escenario pensado se invita a la vida y a su preservación, la conciencia tiene sentido y tienen sentido las cosas y las relaciones entre esas cosas y la vida misma.

Se desprenden entonces ideas como la familia, la sociedad, país, felicidad, bienestar, para a partir de ellas, empezar a formar el ser consciente y por tanto la conciencia.

Establecemos entonces una relación a partir de ideas e idearios y nuestra relación con ellas para formar nuestra conciencia y la conciencia colectiva. La primera nos define como individuos y como familia y la segunda es la semilla que nos permite la identificación como colectivo, como nación.

En ese proceso, comparar, es un ejercicio que el ser humano realiza para descubrir y entender su lugar en el universo. Muchas veces, también sirve para entender su historia.

Desde cuando Adan Smith publicó su investigación acerca de la riqueza de las naciones y explicó porqué unas naciones alcanzaban la riqueza y otras no, han surgido infinidad de metodologías para seguir explicando las diferencias.

De eso hace 234 años. Hoy nos encontramos con metodologías para medir la concentración de la riqueza, la pobreza, la competitividad, la corrupción y todo cuanto usted pueda imaginarse.

Todo es medible ya que todo necesita ser medido para ser valorado y por lo tanto definir en un contexto de economía de mercado si eso que se mide, es objeto de transacción rentable.

De esa lógica se desprende que nada de lo que no pueda ser medido puede ser valorado y eso a los gerentes les encanta, porque lo asimilan a su estado de pérdidas y ganancias. Medimos entonces la escasez o la abundancia de algún bien y determinamos relacionándolo con nuestra necesidad del mismo, su precio.

Observe que el valor es un determinante que permanece oculto, subyacente en muchos casos a nuestra conciencia. De esa manera desarrollamos una lógica contundente cuando relacionamos nuestros ingresos con nuestras necesidades y nos comportamos de manera racional para estirar lo más que podamos ese ingreso y obtener así la mayor satisfacción posible en materia de satisfacción personal o de diferenciación social.

Sin embargo, es curioso que no actuemos con esa misma contundencia cuando "permitimos" transar los bienes comunes, que son aquellos que le pertenecen a toda la sociedad, llámense éstos: playas, montañas, bosques, depósitos de aguas potables subterráneas, aire, territorio, tierra.

Esas mediciones nos indican que la pobreza en nuestro territorio continúa creciendo, la degradación de nuestros recursos naturales se ha acelerado y las perspectivas de conservación de las mismas es en extremo delicada.

Es decir, los hechos que están a la vista de todos, llevan a concluir que han fallado, entre otras cosas, los planes de desarrollo territoriales locales y regionales, aún si en su defensa se esgrimen cifras de crecimiento, las cuales sólo son una precondición del desarrollo.

La sola existencia de la pobreza nos revela de manera inobjetable el fracaso estruendoso de los planes de ordenamiento territorial ya que quienes los elaboran y aprueban, omiten entender que no se puede plantear un modelo de desarrollo que genere niveles de consumo al entorno mayores a los que éste en sí mismo está en capacidad de auto-regenerarse.

Para colocarlo en otros términos: el metabolismo social de los colectivos asentados en el territorio, no permite la maduración del proceso de regeneración del entorno que sustenta a ese asentamiento de seres humanos. Cuando se entiende dicha realidad y aún así se continúa en la racionalidad que conlleva a la tragedia de los comunes como explicaba el profesor Garret Hardin en 1968, ¿se puede hablar de conciencia?,

¿de responsabilidad social empresarial?¿Es difícil entender que el territorio que la sociedad le dio como responsabilidad a los gobernantes y su corte de técnicos, no lo entiendan como finito?¿es difícil que no entiendan el delicado equilibrio ambiental que permite sustentar la vida sobre él y que además, que no existe la posibilidad de recambio para anular nuestros errores? y en los casos en que existe posibilidad de enmienda los costos son realmente tan importantes que para una economía emergente son difíciles de asumir.

Ese proceso degradante altera las consecuencias de confiabilidad de los inversionistas en el mediano y largo plazo, por tanto las contradicciones internas de esa racionalidad se convierten en fatalidad. ¿Dónde está entonces la conciencia colectiva cuando esos desaciertos ponen en peligro la calidad de vida y la existencia misma de la especie humana? ¿Es muy difícil entender que en este nivel de degradación no existirá ningún dinero en el mundo que pueda crear un rio cristalino o una playa de arenas blancas? Qué sentido tiene tener los bolsillos repletos y no poder respirar un aire puro?

Seguir confundiendo a una sociedad con la utilización del término sostenibilidad en los enunciados que hacen referencia a las políticas económicas del gobierno de turno es realmente inmoral cuando no hay indicios de cambio en nuestra manera de explotar el entorno, así como ilegal es el incumplimiento consciente de las leyes que contemplan la defensa de esos bienes comunes pero sobre los cuales aún no existe realmente una defensa colectiva de los mismos.

La conciencia de la imperfección se manifiesta en los vacíos de nuestra civilidad y en la arrogancia de la ignorancia que define el uso de los bienes comunes. La conciencia de la imperfección se manifiesta en la tergiversación de las herramientas nobles de la democracia como la Corporación Regional que guarda un silencio e inercia vergonzantes.