Escándalos en el fútbol, reflejo de la sociedad

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



¿A quién no le produce rabia saber que pierde debido a un fraude artero, a un vil engaño? Claro que dan ganas "de matar y comer del muerto", a veces más que en sentido figurado. Y más ira produce cuando el truhán "vencedor" tiene el cinismo de burlarse del engañado. De ahí tantos homicidios por causa del deporte o de los juegos. La bribonada es una afrenta directa a la dignidad del "perdedor", un agravio a la decencia y un golpe bajo a la sana competición.

Tanto nos hemos acostumbrado a la podredumbre en el deporte que sin mayor asombro para nadie, la pasada semana los medios publicaron la noticia escuetamente, sin darle la debida trascendencia: acusaciones mutuas de soborno, entre jugadores, técnicos y directivos de dos equipos del fútbol colombiano, el Atlético Bucaramanga y el Deportivo Pasto. Pan de todos los días. Se cruzan inculpaciones sin consecuencias como si se tratase de inanes bromas escolares; el tema es de la mayor gravedad.

Es nada menos que otra expresión de la descomposición social tan grave que vivimos actualmente: yo por encima de los demás al precio que sea sin importar las consecuencias, lema incrustado en la mente podrida de muchos deportistas y personajillos de escasa valía personal. Han quedado en el olvido los tiempos de la lucha limpia por la divisa y por amor a

la patria, o la competición pura más que el triunfo forzado. El espíritu olímpico promulgado por Pierre de Coubertin falleció lánguidamente, sin funerales ni dolientes. Dijo el francés que en los Juegos Olímpicos "lo importante no es ganar sino participar, lo esencial en la vida no es vencer sino luchar bien": la verdadera expresión del juego limpio, hoy distorsionada al máximo.

El deporte mundial ha dado mucho de qué hablar con sus innumerables e incesantes escándalos. A pesar del juramento olímpico, del promulgado juego limpio o la necesaria ética deportiva, el afán de ganar rompe cualquier escrúpulo involucrando más allá de los deportistas, a dirigentes, periodistas y a la gente venal del deporte. Se conoce de episodios tramposos desde los juegos olímpicos de la antigüedad; difícil probarlo.

En las épocas recientes, casi que toda actividad deportiva ha sido permeada por escabrosos personajes para obtener resultados amañados: boxeo, béisbol, fútbol, atletismo, tiro, hípica, automovilismo, natación… En los Juegos Olímpicos de 1904, Fred Lorz no alcanzó a colgarse la medalla de oro como ganador de la maratón: lo vieron viajando en carro 18 de los 42 kilómetros de la prueba.

Recordamos casos como el de la patinadora artística, Tonya Harding ,mandando a romper las piernas de su rival Nancy Kerrigan; el dopaje de Ben Johnson, récordman de los 100 metros planos gracias a los esteroides; la espada "mágica" del soviético Onishenko en los Olímpicos de Montreal: puntuaba sin contactar al rival; los Cincinnati Reds, en 1919 recibieron fraudulentamente la Serie Mundial de manos de los Medias Blancas; el historial es interminable a título individual y colectivo. Ni los Paralímpicos se salvan: que lo diga la selección española de baloncesto del 2000, despojada de su título orbital.

En cuanto al fútbol se refiere, la historia cuenta de un arreglo entre el Manchester United y el Liverpool en 1915 para evitar el descenso del Man Red; las presiones extradeportivas del "Duce" a favor de Italia en el Mundial de 1943; el dudoso 6-0 de Argentina frente al Perú en 1978; las "aguas mágicas", los alfileres y ungüentos irritantes en los ojos rivales que le atribuyen los "pincharratas" de Zubeldía, mañas importadas después por Bilardo; los partidos arreglados entre los rioplatenses para dejar fuera a la opaca selección Colombia en 2002 y 2006; el dopaje de Maradona en USA 94; los partidos arreglados en Italia que terminaron con duras sanciones a jugadores y equipos; la bengala mentirosa al "cóndor" Rojas con autoagresión frente a Brasil en las eliminatorias de 1989, que pudo dejar al scratch por fuera de competencia. De esto sí que está lleno el fútbol.

El panorama en Colombia es más oscuro todavía, pues a las marrullas de siempre y aquellas por inventar se le sumó el narcotráfico con sus profundas secuelas: desde apuestas clandestinas hasta lavado de activos, pasando por resultados amañados, beneficios económicos personales y crímenes de toda índole, además de la desvergonzada "venta" de jugadores usando canales oficiales. Por algo la lista Clinton siempre aumenta.

Otro grave problema es el maridaje con las mal llamadas "barras bravas", caterva de delincuentes con ropaje deportivo, protegidos de directivos sinvergüenzas para atemorizar contrarios, cual banda de sicarios deportivos. No es de extrañar, pues, el alejamiento de los verdaderos aficionados de las tribunas de los estadios; tampoco, la indiferencia que produce la selección nacional, hoy en manos de dirigentes que no inspiran confianza alguna, pues todo señala que sus intereses personales priman por encima del verdadero sentido patriótico, mientras todavía hay quienes creen cándidamente en el juego limpio.



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