Todo estaba fríamente calculado

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Arsada

Arsada

Columna: Opinión

e-mail: armandobrugesdavila@gmail.com



Quiero creer que la mafia del capital financiero del fútbol internacional le pintó cualquier cantidad de ‘pajaritos de oro’ a Lula Da Silva y lo hizo caer en la trampa de solicitar la celebración del Mundial 2014. Blater y su pandilla le aseguraron que el Estado no tendría erogación alguna.

La explicación era obvia; en 1974, un habilidoso personaje brasileño llamado Joao Havelange, quien estrenaba presidencia en ese año que se realizaba el Mundial de Alemania, anunció públicamente la muerte del fútbol espectáculo, porque a partir de allí este se convertiría en un entretenimiento deportivo que "Se iba a vender".
Y así se hizo. Con la anterior fundamentación, convencieron al presidente Lula que no tendría de qué preocuparse, ya que la financiación del mismo saldría de la empresa privada, puesto que se trataba de un negocio de millones de dólares en utilidades y este pobre pendejo picó el anzuelo. Hoy, esta actitud "ingenua" tiene en vilo la reelección de su copartidaria Dilma Roussef y al desplazamiento del poder del Partido de los Trabajadores.
La derecha brasileña, con una paciencia impresionante, fue tejiendo la red que hoy tiene al borde del colapso al partido de los trabajadores de Brasil.
Organizaron su fiesta de tal manera, que el baile lo tenían que hacer otros y ellos salirse con la suya de sacar del panorama político al partido que más inconvenientes le había planteado a sus intereses económico-políticos. Las inversiones realizadas en estructuras deportivas y de transporte fueron millonarias. Una de ellas fue la construcción de doce estadios con las especificaciones derrochadoras de su Majestad la FIFA. Pero quien las financió no fue la empresa privada, como se dijo en principio, sino el Estado brasileño; suceso éste que trajo como consecuencia, que amplios sectores populares iniciaran una serie de protestas en todo el país. Las protestas, por demás justas, no eran sino el preludio de lo que se avecinaba; arrebatarle el triunfo a Colombia estaba programado, pero no para que Brasil llegará a la final, sino para que la degradación fuera mayor y el pueblo enfurecido le negara su voto de confianza al partido, que desde el poder de la potencia suramericana, le ha causado un daño casi irreparable al establecimiento de occidente. Desde allí se promovieron y apoyaron procesos de unión latinoamericana, que han permitido en 20 años lo que no se había podido en 200; Primero fue Mercosur en 1991, luego la Celac en 2010 y posteriormente Unasur en 2011. Gracias a ello, por primera vez se les metieron al gallinero, los que para ellos considerados indeseables. Jefes de Estados como China y Rusia, han visitado el área, algo nunca antes visto, ni siquiera imaginado.
Brasil nunca tuvo equipo; Filipao lo sabía. Desde el primer partido se supo que Brasil no llegaría a la final de la Copa. Lo que no se sabía era como iba a llegar: Humillado. Era necesario que fuera así, para que ese pueblo herido en su impotencia sintiera más dolor y reaccionara más negativamente en contra de la cabeza visible del Estado que nada tenía que ver en este novelón: Dilma Roussef y su reelección.
Alemania daba la impresión de estar jugando con un equipo de recogidos; el juego de Brasil fue totalmente limpio, no fueron los matarifes que jugaron con Colombia; a los 11 minutos se produjo la primera anotación alemana y en 9 minutos Alemania marcó los tres goles siguientes, para terminar en el denigrante 7 a 1. Algo realmente desconcertante para un pentacampeón mundial.
Si el Maracanazo fue un infarto al miocardio de la sociedad brasileña, el Mineirazo fue un coma depresivo fulminante a la misma. El desconcierto incontrolable del fútbol brasileño lo tiene en cuidados intensivos y con él al gobierno de izquierda que tanto ha contribuido a la transformación de América Latina. ¡Qué lástima! Ojalá la opinión pública brasileña no se deje engañar y actúe de manera más inteligente que su derecha recalcitrante.