¿La vida no vale nada?

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Escrito por:

Ramón Palacio Better

Ramón Palacio Better

Columna: Desde el Centro Azul

e-mail: ramonpalaciobetter@yahoo.com



En la ciudad de Santa Marta para ciertos sectores de nuestra sociedad pareciera que la vida no vale nada, no vale un carajo. Por lo que observamos todos los días en las calles, carreras y avenidas de nuestra urbe, y a manera de un acercamiento perspectivo, los comportamientos, conductas y tácticas en la conducción de los vehículos, automóviles, busetas, buseticas y motocicletas que masivamente y continuamente observamos a diario, dan a entender en ciertos momentos del día especialmente en el Centro Histórico y sus inmediaciones que para los conductores de estos automotores, la vida no vale absolutamente nada. Anótese, que cuando un gran número de niños, jóvenes, muchachos, adultos, ancianos, hombres y mujeres caminan y se desplazan en permanente zig-zag por los andenes, debido a la cantidad de obstáculos que se han instalado de manera irregular en el espacio público congestionando los andenes peatonales, la población transeúnte se ve obligada necesariamente por estos impedimentos a lanzarse sobre la calzada vehicular, exponiéndose de inmediato a ser atropellado por un automotor y exhibiéndose ante los insultos provenientes de los conductores de los automóviles privados y públicos, buses, buseticas, e innumerables motocicletas de todo tipo que como abejas africanas han invadido la ciudad y transitan por todas partes de manera incontrolada a grandes velocidades poniendo en peligro su vida y la de los desprevenidos peatones.
Vehículos que irrumpen a toda hora las calles, carreras y las avenidas circundantes mas importantes sin el debido respeto a las normas, modelos y políticas de tránsito y de gobierno existentes, como parte de la ciencia urbana y a los modos de conocimiento, producción y gestión de las trasformaciones que se están generando en su forma material y social en nuestra ciudad distrital; Por ejemplo, las motocicletas se vuelan los semáforos como Pedro por su casa, nunca frenan, ni hacen escuadras, se atraviesan raudamente por la derecha, por la izquierda a cualquier automóvil, convirtiéndose en unos personajes indetenibles, astutos y hábiles malabaristas pero muy peligrosos ante los conductores de vehículos; también esquivan los retenes de la policía, eludiendo públicamente la acción de la ley que ejercen las autoridades; porque nomás ven a los policías se desvían instantáneamente y vertiginosamente huyen irresponsablemente, burlándose de la autoridad. Imprudencias que irrespetan y violan impunemente las cánones de transito existentes, no respetan el valor de su vida, ni la de los demás, pareciera ser por lo que observamos, no saben cuánto vale la vida; las reiteradas desobediencias y preocupantes desacatos a las leyes de tránsito en el Distrito se han convertido en un poderoso y acrecentado mal muy preocupante, enérgico y perverso; es un evidente cóctel agridulce, quizás muy picante y acido, de consecuencias trágicas, por la infinidad de disgustos, rabias e injustificadas controversias muy violentas, acaloradas, que alteran la presión histórica de la ciudad, en este sentido y el normal pulso urbano que existió por muchos años y que registra muy bien la memoria histórica de la ciudad de Santa Marta.
Demostrando claramente un inusual estilo de planificación instalada mal entendida, que ha desordenado la ciudad en estas materias del tránsito peatonal y vehicular; Ojalá que la renovación urbana del Centro Histórico, iniciada desde tiempo atrás logre incluir la solución urgente e inmediata a estos grandes inconvenientes urbanos; estoy convencido que se pueden lograr mejores soluciones mediante la formulación y proposición de un nuevo concepto de ciencia urbana, que dirija y monitoree las operaciones urbanas, de movilidad y revistica, que gestione como debe ser las distancias, origen y destino, los transportes y las comunicaciones de nuestro tradicional Centro Urbano Histórico Colonial, primero de Colombia y de América, renovación urbana que igualmente trasmita nuestra memoria histórica correctamente, que se respete, admire y se quiera, de lo contrario no mostraremos jamás nuestra genuina y tradicional identidad urbanística. En las lecturas de nuestros territorios distritales más importantes se conjura y se confabula vehicularmente contra el peatón despreciándose equivocadamente el valor de la vida.
Estamos demostrando, que no se respeta la vida y la honra de cada uno. Hoy es muy natural, en una esquina cualquiera o en un paso de peatones, escuchar una mala palabra que ocasiona altercados, peloteras y riñas entre uno y otro, caracterizándose el mal genio por todas partes. Existen accidentes de tránsito de todo tipo por estas razones y suelen producirse en la ciudad a todas las horas durante el día y en horas de la noche o de la madrugada. De más está decir que, en muchísimos casos, la velocidad y la imprudencia van acompañados de un tercer condimento: el consumo desmedido de alcohol, un mal que afecta, en muchos casos, tanto a los que conducen automóviles, buses, busetitas y motocicletas, como a los pasajeros y peatones; los conductores, muchos de ellos, salen a la calle olvidándose de algo muy importante, el valor o precio de su vida y la vida de los demás.
El costo y la importancia que tiene la vida, no vale nada, no aprecian el inmenso valor que tiene el sentirnos vivos, el saber vivir y valorar nuestra existencia. Los informes periodísticos registran que no existe en el Distrito Turístico, Cultural e Histórico de Santa Marta una consciente política, ni mucho menos una gestión o campaña saludable y realista del espacio urbano que habitamos. Continuamente se presentan por estas causas muchas peripecias y mortales accidentes de tránsito suficientemente conocidos. Crónicamente y consecutivamente los diarios de la ciudad hacen especial énfasis y referencia a estas anomalías viales y peatonales que acontecen en el Distrito, producto o como consecuencia de la desorganización y control del tráfico vehicular. En numerosas vías sumamente concurridas por la gente es muy común observar la insolencia, desde un rústico madrazo, hasta una impertinente vulgaridad, generando escenarios muy típicos para el irrespeto y la grosería como consecuencia de las violaciones a las normas tanto vehiculares como peatonales, porque seguramente para muchos de ellos la vida no vale nada.



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