El infierno del banano: 82 años después

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Escrito por:

Carlos Payares González

Carlos Payares González

Columna: Pan y Vino

e-mail: carlospayaresgonzalez@hotmail.com



¿Acaso tienen nuestros historiadores la memoria Chiquita? Se les olvida que la UFC hizo quebrantos hasta el momento mismo del abandono de nuestras tierras. La tierra se fue "cansanda de dar bananos" y de los plaguicidas, y esto no significó nada para los gringos.

Como lo ha dicho el escritor Carlos Fallas: "entonces fue cuando levantaron sus rieles, destruyeron sus puentes y, después de escupir con desprecio sobre la tierra exhausta, se marcharon triunfalmente hacia otras tierras en otros continentes de conquista.

Se marcharon arruinando hasta a los criollos ingenuos que, creyendo poder medrar a la sombra de la bota yanqui, plantaron sus tiendas en la región". Se fueron los gringos abandonando a sus abyectos adictos. Se fueron también los trashumantes peones agrarios que ingresaron a la Zona Bananera del Magdalena como hormigas para nunca más regresar. La encopetada "época dorada" se esfumó como por encanto. Así parece haber sido nuestra más verdadera historia.

Parodiando a B. Brecht se me ocurre preguntar: ¿quién construyó las casas partenónicas que hoy hacen parte del Centro Histórico de Ciénaga? En un palurdo libro publicado recientemente por la Secretaría de Educación Municipal de Ciénaga ("Esta es Nuestra Ciénaga". Barranquilla: Altiva Editores; Alcaldía Municipal de Ciénaga, 2010), se atribuye el esfuerzo a "las familias solventes que pudieron viajar a Europa y traer de allá los modelos o estilos arquitectónicos de moda en el viejo Continente, y hasta maestros de la construcción.

El auge del banano, el establecimiento de la United Fruit Company, la inauguración del tren de Ciénaga a Santa Marta y el desarrollo del comercio regional, permitieron el milagro". Aparte de que el tren en su inauguración nunca salió "de Ciénaga a Santa Marta", como lo insinúa el librote, emerge la subsecuente pregunta: ¿el sudor y la sangre de los peones agrarios contratados a destajo para cortar, cargar y embarcar los racimos de banano en el ferrocarril de qué sirvió? Responde el libraco gubernamental: "los dueños de finca que se enriquecieron con el cultivo del banano mandaban a sus hijos a estudiar a Europa o al extranjero".

¿De manera que fueron las matas de banano las que enriquecieron a los terratenientes y a la UFC y no el trabajo de los casi 30 mil "mozos" de las fincas? La Frutera lo que necesitaba era de esclavos para sus nuevas plantaciones, nos ha dicho Carlos Fallas en su libro Mamita Yunai. Para los historiadores oficiales este amasijo de músculos y de tendones no hace parte de la historia. Lo que les interesa es que entraron los gringos la locomotora con sus vagones desde Santa Marta, pasando por Ciénaga, hasta llegar a los pueblos de la Zona Bananera para sacar los millones de racimos de banano que eran vendidos a buenos precios en los mercados internacionales. Y mientras los gobernantes, los burócratas de bolsillo y la seudoaristocracia criolla aplaudían la obra "civilizadora" de la UFC, en la Zona Bananera del Magdalena corría la música y el ron con la fugaz intención de atenuar el miserable dolor de los miles de peones agrarios.

¿Cuál fue el papel de la fuerza de trabajo agraria comprada a destajo y pagada con vales para la compra exclusiva en la gran cadena de Comisariatos de la UFC? ¿Qué fue lo que generó la riqueza que permitió que una casta infecunda enviara a sus hijos a estudiar o a vivir a Europa? ¿Cuántos fueron los hombres enfermos, muertos, asesinados y desaparecidos desde el inicio de la construcción del ferrocarril en Costa Rica en manos de los hermanos Keith? Si no logramos las mejores respuestas, lo más probable es que continuemos mancillando nuestra pequeña historia.

Como todo conocimiento social, la historia ha sido víctima de alienación. Muchos hechos han sido invisibilizados o tachonados. Debemos objetar la idea de que existan "pueblos sin historia", o que estos "no cambian a través del tiempo", o que "repiten su historia en más de una vez". Aunque unos pueblos caminen más rápido o dinámicos que otros, no podemos negar la influencia que se ejercen mutuamente.

Todos los grupos humanos hacemos parte de la historia de la humanidad. Tampoco es aceptable que se considere la historia como mera crónica, o relatos pletóricos de héroes, o la de los nombres de los gobernantes. Aquella historia que solo observan individuos y no los pueblos (factor decisivo de los hechos históricos) peca por idealista y está sometida a las vicisitudes de los hombres mesiánicos.



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