Canal Capital: un propósito digno de imitar

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Escrito por:

Arsada

Arsada

Columna: Opinión

e-mail: armandobrugesdavila@gmail.com



Sin duda alguna, la televisión es el más importante medio de comunicación masiva en nuestro país y no es para menos, dado que en la actualidad se calcula que más del 95% de los hogares en el país cuenta por lo menos con un televisor; es más, las estadísticas señalan que el 70% de los colombianos ven por lo menos una hora diaria de televisión.
Cuentan los entendidos que, cuando Gustavo Rojas Pinilla estuvo en la Alemania nazi como agregado militar, quedó impresionado con el avance tecnológico conocido como Televisión y la manera tan efectiva como la estaban utilizando los nazis en su proyecto político, pensando seguramente todo lo que se podría hacer con ella desde el punto de vista de proselitismo partidista en su país; por eso, una vez en el poder puso todo su empeño para implementarla en Colombia, idea que logró hacer realidad al año siguiente de asumir la dictadura, con la ayuda de técnicos cubanos y equipos traídos de Alemania y Estados Unidos.
Obviamente, en sus inicios fue una empresa totalmente estatal, dado que su propósito era obviamente promocionar y sublimizar el golpe militar, mostrándolo como algo estrictamente bueno y necesario para el país. Pero cuando el dictador cae en desgracia, el capital financiero que se encontraba tras bambalinas promoviendo la insurrección popular, para capitalizarla en su beneficio en nombre de la democracia, sale a la palestra a recoger los frutos. Desde entonces, se inicia una carrera en procura de privatizar el mejor negocio existente al interior de los medios de comunicación, el mismo que en manos de un Estado decente bien pudiera ser el mejor medio de culturización de sus nacionales. Pero no ocurrió así.
Con la privatización de la televisión, ésta perdió su norte como fuente de cultura y se fue convirtiendo en un monumento al mercantilismo; los canales estatales se volvieron, mejor dicho, los volvieron sosos y aburridos, en tanto que los privados comenzaron a implementar el amarillismo, lo cursi y lo ridículo. Con el tiempo lograron su propósito: la teleaudiencia se idiotizó. Hoy día, esa masa sólo tiene interés televisivo por las telebobelas, los noticieros amarillistas y los programas que incitan a la mediocridad.
Por eso, aunque tengo claro que no escribir sobre el mundial de fútbol en este momento, es correr el riesgo de no ser de buen recibo entre mis lectores, lo asumo convencido que mi deber es orientar a esa opinión dopada por unos medios que en su mayoría son en últimas, las beneficiarias de semejante desbarajuste tecnológico-cultural.
Sólo 43 años después de fundada la televisión nacional, Colombia tiene un canal televisivo que apunta al propósito que realmente debe tener tan importante medio de comunicación; me refiero al Canal Capital, que se define como el Canal de la paz y de los derechos humanos y como la Televisión más humana. Se trata de un canal, que aunque tiene una programación de carácter general, el mismo enfatiza en lo político, en lo cultural y en lo educativo. Este canal, bajo la dirección de Hollman Morris, y la participación de periodistas de la talla de Laura Gil, Antonio Caballero, María Elvia Samper y León Valencia, viene posicionándose en el concierto televisivo nacional como de los mejores, si no el mejor.



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