¿Debates presidenciales de verdad?

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



¿Cree usted, apreciado lector, que en Colombia hay verdaderos debates entre los candidatos a la Presidencia? ¿Considera que los actuales formatos permiten ir más lejos de las respuestas preparadas y memorizadas a partir de cuestionarios previamente conocidos y revisados por asesores de campaña? Personalmente, lo dudo.
En la era de los debates televisivos, Colombia también participa de la propaganda en redes sociales y la publicidad en los medios masivos de comunicación social; se venden candidatos como cualquier producto comercial; una bebida mágica o un detergente maravilloso. Muchos blogs y foros, más cloacas que sitios de sana discusión, muestran las bajezas de activistas y seguidores de campañas enredadas en guerras sucias; y las redes sociales, campos de batallas donde la mentira y el maltrato campean insolentes sin dejar espacio a las propuestas. La polarización ha sido el eje de la actual campaña, en un país donde el chisme aplasta a la verdad, la ceguera a la objetividad, el deseo a la razón y el escándalo a la decencia. Los instintos primarios, azuzados incesantemente, traslapan al análisis sesudo; las consignas partidistas son agresivos gritos de combate.
Claro, los debates quitan o ponen presidentes. Desde 1960, cuando se enfrentaron el vicepresidente Richard Nixon y el aspirante John F Kennedy -quien gracias a ello volteó las tendencias electorales y obtuvo la presidencia de los Estados Unidos- se empezó a exponer y confrontar ante el ciudadano las propuestas de gobierno. Ya Suecia, en 1948, había experimentado el primer debate radial en vivo, ejemplo que luego siguieron otros países europeos antes de pasar a la televisación. Colombia no ha sido ajena a los debates televisivos. Los recuerdos me trasladan a la confrontación entre Álvaro Gómez y Luis Carlos Galán en 1986, en el cual no participó el liberal oficialista Virgilio Barco, a la postre ganador de las elecciones. Desde entonces, en cada proceso electoral los debates han estado presentes.
En la actual campaña, no ha existido precisamente una confrontación de ideas; cuando los debates no han sido eludidos, son rígidos esquemas diseñados para evitar preguntas comprometedoras y respuestas inesperadas que afecten las encuestas: parecen más preguntas genéricas para reinados de belleza y respuestas largamente preparadas. Va siendo el momento de conocer los verdaderos lineamientos ideológicos, la filosofía partidista y los contenidos programáticos de las colectividades. Cuando ésta columna aparezca, habremos preseleccionado a dos colombianos que aspiran a ganar la Presidencia de Colombia. Esos ciudadanos tienen el deber de informarnos a los ciudadanos acerca de su visión de país, el porqué y el para qué de sus propuestas, sus planes y programas para gestionarlas, sus prioridades, fuentes de financiación, hojas de ruta, equipos de trabajo, etc, pero sin populismo. Queremos conocer el aspecto gerencial de su plataforma de gobierno para decidir libremente por quien votar.
A mi modo de ver, vana ilusión, desde el momento en que los partidos definen legalmente a sus candidatos, deberían inscribir un programa de gobierno ante notario público, divulgarlo por los medios masivos para conocimiento de los ciudadanos con derecho a voto y comprometerse bajo juramento a cumplir sus contenidos. Para todos los aspirantes, los debates deberían ser obligatorios, uno por semana los dos meses previos a la elección, tratando en cada uno asuntos cruciales para la nación como seguridad nacional y ciudadana, educación, salud, empleo, infraestructura, desarrollo o lucha contra la corrupción seleccionado mediante una gran encuesta nacional, y desarrollar paneles con periodistas independientes apoyados en especialistas y expertos delos sectores públicos, privados y académicos. Luego de una concisa presentación de las propuestas de cada candidato, se debe abrir el debate completo entre todos los aspirantes en horario televisivo triple A en todos los canales nacionales. Se requieren panelistas que pongan a los candidatos en aprietos y eviten respuestas superficiales, sinuosas y melifluas. A final de cuentas, nuestra nación es una empresa y no un feudo medieval o un mercado persa, y se debe seleccionar al mejor preparado.
Desafortunadamente, nada de eso va a ocurrir; en parte, porque se tiene temor de dejar expuestas las debilidades programáticas y estructurales de los candidatos en cada tema; en parte, porque el interés no está enfocado en el país sino en los beneficiarios del gobierno; y en parte, porque es más rentable vender programación mediática vacía para, además, contribuir a la fragmentación nacional en favor de la politiquería tradicional. Mientras tanto, la ignorancia calculadamente provocada nos transporta al terreno fértil delos miedos azuzados donde exorcizar demonios imaginarios gana votos para las causas políticas. Al final y por desgracia, parece que esta vez ganará quien más agua sucia le lance al opositor y más propaganda negra promueva.
Apostilla. Felicitaciones a los palenqueros, a la Fundación Transformemos y a la Gobernación de Bolívar por el grandioso primer lugar obtenido en el Gourmand World Cook book Awards de Beijing con Kumina ri Palenge pa tó paraje, el mejor libro de cocina del mundo este año, motivo de nuestra pasada columna.



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