¿Qué tienen en común?

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



A primera vista, no parece haber una relación directa entre los resultados de las Pruebas Pisa y asuntos como minería irresponsable, conflicto armado, violencia urbana, intolerancia, televisión basura, caos institucional o corrupción. Una rápida lectura, sin acudir a la semiología, nos indica que esos y otros males que nos agobian emanan de una educación precaria que termina en la ley de la selva, atravesando por el sendero del machismo brutal. Educación, cultura, formación académica y urbanidad son conceptos distintos entre sí, pero interrelacionados, aun cuando no siempre concatenados. En general, tienden a confundirse. Por ejemplo, a una persona de buenas costumbres se le dice culto; al culto se le tiene por arribista. Muchos excelentes académicos pueden tener un comportamiento social temerario. Veamos.
La urbanidad se refiere al comportamiento individual y colectivo en sociedad; es lo que llamamos buena educación, sinónimo de civismo. Son las reglas del trato cortés, digno y respetuoso, no solo hacia los demás sino a nuestro entorno, por lo cual los urbanistas (arquitectos, ingenieros o ambientalistas) la consideran fundamental en las urbes sostenibles, y la engloban en el civismo, fraternamente unido a la urbanidad. Necesaria para el desarrollo de las sociedades, la formación académica es sencillamente el conjunto de instrucciones y conocimientos recibido por cada persona en su travesía vital, casi siempre pero no necesaria ni exclusivamente, en centros académicos: se puede visualizar objetivamente a través de un currículo. Pocas veces va ligada a la urbanidad, el civismo o la cultura. Entender la cultura es más complejo; Alfred Kroebe y Clyde Klukhohm estudiaron a profundidad el concepto y, en 1952, compilaron 164 definiciones, que arbitrariamente podemos resumir en dos grandes nociones: individualmente, el gusto por las bellas artes y, en general, las humanidades. De manera sociológica, las creencias, saberes y pautas de conducta de un colectivo social, que incluyen la forma y los medios de comunicación, y las soluciones a sus necesidades.
La educación es el eje alrededor del cual gira todo lo anterior, el "sine qua non" de una nación respetable. Es, en esencia, la transmisión de valores, costumbres, comportamientos y conocimientos; acá, las palabras, los sentimientos y las acciones son críticas en el proceso educativo. Al integrar cultura, formación académica y urbanidad, la educación se constituye en la pieza más valiosa del desarrollo social. De ella surgen las sirgas que integran a los individuos en una sociedad mediante normas, formales o no, que todos deberían respetar. Es la base de la ética, la moral, las leyes, la filosofía, las normas de conductas que de ahí se derivan, modos de ser y formas de ver el mundo.
Entonces, cuando repasamos los temas que se plantean al inicio, apreciamos que tienen un común denominador, la carencia de buena educación, y que todo ello es producto de un modelo educativo marchito, de contenidos inadecuados, mal llevado por muchos educadores de buena voluntad sin la debida formación, y sin políticas de Estado coherentes con los tiempos y las necesidades (Ministra, no se trata de perfeccionar los mismos errores de siempre: hay que revolcar el modelo educativo acorde a la Era del Conocimiento). Colombia vive un neofeudalismo disfrazado de democracia; la violencia, como en el Medioevo, es la moneda "de mayor valor". Pan (TLC para las elecciones, por ejemplo) y circo (rumba corrida o tv basura) hacen olvidar a la gente su derecho y su obligación de participar en política. Si le sumamos una educación de pésima calidad (¿política de estado?), no se puede esperar nada distinto a una catástrofe como se refleja en las Pruebas Pisa. Bien lo expresó el romano Juvenal: es la forma más efectiva de acceder al poder y permanecer en él indefinidamente.
Corea y Colombia, hacia los años 60, tenían economías similares. Los orientales, después de una guerra fratricida que partió la nación en dos, nos permiten visualizar las dos caras de la moneda. Los norcoreanos, en un régimen absolutista, mesiánico, monárquico y guerrerista (como pretenden implantar las facciones extremas en conflicto, cada una con sus propios embozos y comparsas) se anclaron en el pasado aislándose del resto del mundo, tal como Cuba (comunismo), la España franquista (falangismo) y otros países absolutistas. Los del Sur, por el contrario, le apuntaron (como los japoneses en la postguerra) a la educación generalizada (producir principalmente profesionales en función de sus necesidades más que técnicos para maquilas extranjeras, mano de obra barata) orientada a la verdadera democracia, al respeto por su nación (no al nacionalismo mal entendido y peor aplicado), al progreso, al desarrollo, en fin, a ser una nación del primer mundo; hoy ocupan sitiales de honor en las grandes ligas. Mientras tanto, con nuestro obsoleto modelo educativo, nos desgastamos en violencia individual, social y política. De ahí emanan nuestras desventuras. ¿Cómo salir del atolladero? Existe una herramienta que, bien empleada, nos permite elegir debidamente a los futuros mandatarios: el voto. Aun cuando no hay opciones que entusiasmen, piense muy bien en su decisión frente a la urna.