A qué juega la izquierda.

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Arsada

Arsada

Columna: Opinión

e-mail: armandobrugesdavila@gmail.com



Siempre he pensado, que Maquiavelo en El Príncipe lo que trató de decir en última instancia, fue que el político para serlo bueno debía ser más inteligente que político. No hay de otra; si bien es cierto, el hombre es un animal político, su racionalidad lo obliga a ser más político que animal.
He sido un admirador del senador Robledo, un hombre de criterio, ponderado y sobre todo lúcido, pero no pude entenderle cuando manifestó que ellos habían sido defensores del proceso de paz que se cocinaba en La Habana, pero que el haber escogido el presidente Santos como fórmula vicepresidencial a Vargas Lleras, los obligaba a retirarles su respaldo. En su criterio, Vargas Lleras era un personaje de la derecha que le había hecho mucho daño a los movimientos de izquierda de este país y muy especialmente al Polo. No quiero pensar, que el senador a estas alturas de la vida esté pensando que pueda existir una derecha neutra capaz de ofrecer cosas a cambio de nada. Ahora lo importante es alcanzar la paz, única manera de terminar con esta guerra fratricida que no tiene cuándo acabar, dado que hay sectores poderosos que se benefician de ella y por tanto, les conviene mantenerla por encima de cualquier cosa. No es el momento para ideologías, el pragmatismo debe primar por encima de todo; a los que no nos interesa ni conviene la guerra, tenemos que hacerlo todo por superarla con un proceso de paz digno y decoroso para las partes. Todos tendremos que tragar sapos, pero ni modo.
Cuando Aída Abella decide regresar al país, no pude sentir sino complacencia, pero me temo que tanto ella como el Polo están equivocados lanzándose a una campaña presidencial que no tiene sentido. Lanzarse a una lucha por la presidencia por el prurito de decir que son la oposición, demostrando con ello que existen como partidos, no le veo ninguna gracia, cuando con ello no hacen nada diferente que debilitar los sectores que abogan por el proceso de paz y fortalecen, con el desconcierto que generan, a los halcones de la guerra que sólo esperan llegar al poder para reiniciar su política de falsos positivos, desapariciones forzosas, robo de tierras y el arrasamiento de los sectores más productivos del país como son la salud y el minero.
Pero suponiendo que la izquierda ganara las elecciones presidenciales, qué podría suceder. Sucedería exactamente lo que pasó con Petro: no la dejarían gobernar. Pensar gobernar este país con un congreso como el que tenemos o vamos a tener a partir del 20 de julio, no es más que un pajazo mental. La división de la izquierda es tan ostensible, que su capacidad de construir una propuesta alternativa no se ve por ninguna parte. Su trabajo político de masas no existe, sus campañas son una copia ridícula de las que hacen los partidos de derecha tradicionales. Así jamás se logrará una mayoría en el Congreso; los votos sí los hay, prueba de ello el 60% de colombianos que no votaron o que votaron en contra de semejante estado de cosas. Son votos que sólo se canalizarán a través de un trabajo político arduo y honesto por medio del cual, ese cuerpo de descontentos se convenza que existe una izquierda digna de su confianza y se decida a marchar con ella hombro a hombro en procura de una independencia ética, política y económica. No olvidemos, que agazapado, casi que guardado entre la manga, viene jugando otro candidato de derecha: el señor Peñaloza mantiene una actitud que me recuerda al famoso Caballo de Troya, un engaño destructivo que ahora funge de pacifista, cuando todos sabemos que es el mejor amigo y alumno del innombrable, quien desea todo menos la paz, porque obviamente todo parece indicar que no le conviene. Sus razones tendrán. No es que Santos, sea santo de mi devoción, pero de dos males, un instinto de conservación primario dice que se debe optar por el menos malo.
Razón tenía Maquiavelo cuando dijo que los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprender lo que ven.