Corriendo la cerca

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Con diversas connotaciones, "correr la cerca" es una manera coloquial de expresar la ampliación de los espacios mediante artimañas, engaños o, sencillamente, de manera violenta.

Puede significar la ocupación de terrenos reales o imaginarios, el ensanche de los alcances legales a ciertas acciones inconvenientes y su entrada, con visos jurídicos, a espacios donde imperan la moralidad y la legalidad.

Se ensanchan espacios constriñendo a las contrapartes. Las implicaciones son diversas, y siempre alteran los necesarios equilibrios: resulta impensable además que esto se presente por común acuerdo entre las partes para beneficio mutuo.

En los campos son frecuentes los litigios entre vecinos por las demarcaciones de sus terrenos. La tierra es motivo de conflictos desde cuando la humanidad decidió la existencia de la propiedad individual: los codiciosos nunca ven colmadas sus desmedidas ambiciones ni respetan los derechos ajenos y corren las cercas para ampliar el tamaño de sus tierras, dando lugar a luchas que se pierden en las lejanías de la historia. Muchas guerras entre naciones se han dado precisamente por asuntos territoriales, honor en juego. Es difícil definir con precisión quién tiene la razón, pero no hay la menor duda acerca de la etiología de las luchas y su indefinida continuación.

La inmoralidad y la ilegalidad se traslapan transformándose en una pútrida e incontenible amalgama cancerosa que atraviesa arrogante cotas vedadas, destrozando todo cuanto le queda a su alcance: hace metástasis a cualquier lugar apoyada en la venalidad silente de personajes cómplices y la indiferencia o el temor de los ciudadanos, peligrosa combinación.

El Medio Oriente da ejemplo de ello: Palestina, el país que forzadamente recibió al estado de Israel hoy se consume en una mal llamada franja ante la indiferencia del mundo, víctima además de los eficaces aparatos de propaganda que los muestran como los causantes de su propia tragedia, como si el constante bombardeo a desamparadas poblaciones no resultase suficiente.

La ONU, feroz con los débiles y temerosa de los arrogantes, no ha impedido el avance de los límites del estado israelita hasta la total desaparición del mapa de sus hermanos de sangre. Callan amigos y opositores del invasor, unos por temor al poder económico y militar, y otros por las convenientes alianzas.

Ni hablar de las continuas invasiones de poderosos ejércitos en nombre de la paz, de la democracia, de los derechos, de la lucha contra el imperialismo y quien sabe cuántos otros argumentos estúpidos que pretenden inútilmente ocultar los verdaderos, oscuros y egoístas intereses económicos, predominantes por encima de cualquier respeto a la vida, a los Derechos Humanos o a los límites de la decencia y la cordura.

En las zonas del conflicto interno colombiano se han corrido muchas cercas y, gracias a ello, unos territorios se han engullido a otros como agujeros negros devorando estrellas y planetas.

Los desplazados claman inútilmente por sus derechos, conculcados violentamente. La lógica señala que el Estado debe restituir las propiedades despojadas y los derechos respectivos a sus legítimos dueños.

El aparato estatal debería estar al servicio del interés general, pero la cerca de la inmoralidad pública se ha corrido tanto, que desde las tribunas públicas se defiende vehementemente al victimario mientras las víctimas claman un mendrugo de justicia que les permita siquiera sobrevivir.

Para ciertos núcleos de poder, los desplazados se han convertido en despreciables parias sin derecho alguno a reclamar lo que legítimamente les corresponde, al tanto que los profetas de la infamia vociferan a los cuatro vientos contra las acciones legales que pretender devolver pequeñas parcelas de supervivencia. Incluso, los gobernantes perversos tratan a ciertas víctimas como si tuvieran menos derechos que otros, como si la gente fuera distinta.

Clara muestra de víctimas discriminadas de manera ruin en favor del canalla depredador.

La cereza del pastel es la legalidad suprimida en las instituciones públicas: pocas se salvan. Si el anterior gobierno no tuvo reatos morales para correr las fronteras legales, sus funcionarios los tuvieron menos. La corrupción existente se desató alcanzando niveles nunca vistos, amparada en una legalidad de nuevo cuño que creyeron cierta mientras desconocían olímpicamente aquella vigente, protegida por la Constitución.

Ese cáncer devastó las instituciones con unas consecuencias imprevisibles casi acabando con sus soportes jurídicos. Las metástasis alcanzaron al poder judicial, hoy subyugado y enfrascado en luchas intestinas por intereses poco claros para los ciudadanos de a pie, dejando al país en una especie de limbo institucional.

Los órganos de control son ahora agentes de esos intereses y actúan más en función de ellos que en defensa de la nación. Del Congreso, no perdamos el tiempo con esa cueva de Rolando, paradigma de la corrupción estatal, con poquísimas excepciones. Porque allá desde hace mucho tiempo ni siquiera existen cercas para mover.