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La crueldad, humanamente cruel

Columnas de Opinión
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Viajaba en la indignante incomodidad de una buseta de servicio público de la ciudad, digo buseta porque hay, de todas formas, que darle un nombre a esos carritos que se movilizan aquí por las calles para transportar personas.

Bueno, se trata, en fin, de que iba en un aparato de transporte colectivo y me tocó escuchar a dos jóvenes estudiantes universitarias que comentaban el hecho insólito ocurrido con unos ecologistas; se trata de dos activistas de Greenpeace que fueron arrestados luego de denunciar públicamente los resultados de una investigación en la que se probaba que los integrantes de la flota ballenera del programa japonés de caza "científica" de cetáceos en la Antártica, traficaban carne de ballena. A pesar de haber entregado las pruebas a la policía y a los fiscales, la justicia japonesa procesó y acusó a los activistas de haber robado la carne no para presentarla como prueba sino para venderla en el mercado negro. La ley contra la extinción de especies no es muy efectiva o no tiene el suficiente peso ante el "derecho" a pescar libremente, así se trate de especies casi extintas.

El proceso de producción masiva de huevos de gallina, somete a éstas a todas la limitaciones inimaginables en la vida de un animal, vida que desde cuando es apta para la postura se desarrolla, si así puede decirse, dentro de una jaula de escasos 20 o 30 centímetros cuadrados, hasta cuando definitivamente termina de morir o es excluida por improductiva. Claro, que lo de la exclusión por improductividad no sólo se da en las aves sino en todo los seres vivos, principalmente en los humanos.

El espectáculo que ofrecen los caballos de paso es muy hermoso, pero el proceso de entrenamiento al que someten a la bestia para ponerla en tales condiciones, con el uso de aperos y cadenas para adecuar o condicionar el animal a las rutinas del espectáculo, es totalmente opuesto a la belleza final.

Para abreviar, y obviando masacres de humanos y carnicería de animales, vale preguntar: ha usted pensado alguna vez en el proceso de domesticación y entrenamiento a que fue sometido, empezando desde el momento de nacer. Sé que dirá que de no haber sido así seríamos salvajes, pero, por favor, creo que éstos merecen respeto y no sería justo que nos comparáramos con ellos. Piénselo y verá, cómo en nuestro entorno, sin excluirnos, se ha manifestado permanentemente la crueldad, aunque la hayan hecho ver como cosas aisladas y ajenas a nosotros. Por muy detestable que sea ese bicho, no ha sentido acaso cierto placer al destripar una cucaracha con el zapato, y ni hablar cuando se tiraban piedras a los pájaros por el solo placer de verlos caer.

Hace varios años distintos científicos y pensadores vinculados con la naturaleza y los humanos (los separo para que no j…, pero los segundos están comprendidos en la primera, aunque muchos se crean de mejor familia o especie), vienen alertando sobre la extinción de algunas especies, la potencial escasez de alimentos y de agua para el futuro cercano y del calentamiento global como la mayor amenaza contra la vida en la tierra, pero a un reducido número de personas con poder y capacidad para dominar a la mayoría en el planeta eso no les importa, y hasta niegan que eso sea posible, sólo para ocultar un hecho que la realidad diaria confirma.

Si a la gente de Santa Marta le es indiferente transportarse en un carricoche mal llamado buseta, con todas las incomodidades, molestias y desafueros impensables, qué puede importarle el resto. Aunque se da el hecho de que la gente se afana por el buen vivir de los animales dejando, en cambio, el desarrollo de la vida humana a las obras de la misericordia. En alguna lectura fugaz encontré que una secta poderosa y con arraigo global ha hecho planes para reducir la población mundial de más de seis mil millones de seres, a tan solo dos mil personas, escogidas por supuesto, utilizando para ello la guerra, el envenenamiento y las epidemias provocadas a través de la creación de virus y bacterias en laboratorio.

Hay algo muy grave: es que la mayoría de las personas, de los seres humanos, no creen en estas cosas, y están convencidos que vivimos en un paraíso de leche y miel con algunas falencias, pero que son corregibles. No quieren o no se atreven a levantar la frazada para develar la luz del día. Lo cierto es que vivimos en un mundo de hipocresías escondidas con falsas verdades presentadas como absolutas y con grandes mentirosos que posan de poseedores de la verdad.

Las preguntas que surgen al respecto son demasiadas y el qué hacer cuando se desconocen tantas verdades sobre la humanidad y su funcionamiento da mucho para pensar. Pero no hay que trasnocharse. Por lo pronto yo, sentado a la puerta de mi casa, con la gata dorita y su hijo arañándome los pies, degustando un café tinto caliente, en taza grande, siento que una lágrima se desliza por mi mejilla mientras veo a una ardillita, cosa extraña, que medio de esta barahúnda, cruza a saltos la calle esquivando buses, carros y motos que pasan veloces, en tanto la inútil luna trata de iluminarnos a plena luz del día.