Nos rumbeamos el planeta

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



Qué más decir si los hechos lo gritan, lo inundan, lo sofocan, lo secan, lo arrasan, lo atormentan, lo nievan, lo ensucian; qué más decir si el cambio climático es ya el clima cambiático y la verdad incómoda es ya la incomodidad verdadera y el defecto invernadero; qué más decir si el calentamiento global es una realidad tan real que quema; qué más decir si las cifras arrojadas por serias y constantes investigaciones científicas lo muestran: nos pusimos este planeta de ruana, hicimos fiesta con él, lo destripamos, lo escurrimos, lo abusamos, lo intoxicamos, lo exprimimos, lo violamos, lo descuartizamos, lo succionamos.

Qué más decir. Ahora la gran pregunta es si podremos hacer algo; pero sobre todo, cómo lograr la voluntad de las grandes potencias que ya han mostrado y dicho que no la tienen; y la de nosotros también, uno a uno, día a día, acto por acto, saber si tendremos voluntad real de parar este desastre planetario, esta globalización de plástico, mugre, ceodós y miles de venenos activos y radiactivos.

Las cajas de colores de los niños -hasta que sea posible hacer lápices- no tendrán el color verde a no ser que quieran colorear el pasado. Ese pasado que no quisimos conservarles para que fuera su presente porque nosotros lo gastamos. Irresponsables reyecitos: con ese nuestro presente que hoy es pasado les fuimos matando su propio pasado, presente y futuro; les negamos todos sus tiempos verbales, su acción, su vida.

Para qué más discusiones si la realidad es diáfana -si es que queda algo diáfano-: nos rumbeamos este planeta, nos emborrachamos con él y ahora nos lamentamos el guayabo, una resaca merecida que ningún Alka-Seltzer ni caldito de pollo puede remediar. Cometimos gula de planeta.

Es cierto que al principio, hace 50, 40, 30 años nadie nos advirtió; o sí, algunos lo dijeron, pero eran unos loquitos ambientalistas, unos mochileros fanáticos medio místicos, que déjenlos que ya se les pasaría. Pero no: era cierto, entre su fundamentalismo y locura tenían razón.

Protocolos de Montreal y Kioto; cumbres internacionales; campañas; documentos; libros; organizaciones. Todo eso para nada o para muy poco comparado con su costo real. A propósito: qué útil averiguar el costo ambiental mismo de los vanos y equivocados miles de esfuerzos para impedir el deterioro ambiental. Acaso veríamos una culebra comiéndose la cola.

Quizá ya fue hora de que intentáramos con otros métodos: los mares siguen subiendo, los desiertos conquistan, los cruentos mantos de las nevadas se repiten y colonizan lugares insospechados, los desastres se multiplican, las temperaturas se extreman, las especies desaparecen, las bacterias mutan, las enfermedades se desplazan, la resiliencia se extenuó, y de la medición del creciente agujero en la capa de ozono pasaremos a medir la menguante sombrilla sobre la Tierra; ese agujero de la irresponsabilidad o de la estupidez o del asesinato colectivo o de todos juntos.

La irresponsabilidad y la estupidez, sí. Nos "matamos" para que nuestros hijos no tengan sed, pero en nuestra corta mente no entendemos que los hijos de nuestros hijos y los demás que puedan venir que también serán nuestros descendientes no tendrán ni agua ni verde ni nada si es que no perecen en huracanes, nevadas, tormentas y sequías. Incluso ya existe la categoría de desplazados climáticos. Irresponsabilidad: "el de atrás paga, ellos verán, yo hoy hago lo que me dé la gana con mi verde y mi agua y mi clima".

El biólogo Camilo Mora concluyó luego de un estudio reciente sobre el cambio climático que ante su irreversibilidad la solución es "controlar el incremento poblacional. No habrá futuro seguro si la población sigue aumentando e incrementando el consumo. (…) Hay que comenzar a tener menos hijos…" (Eltiempo.com 17-1-14). Pues sí, es mejor descontinuar la especie que traer sus especímenes a que perezcan o a que se maten entre ellos por medio vaso de agua, por una sombra bajo el sol o por un mendrugo de pan.