El silencio de los inocentes

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



No deja de ser curioso, y hasta simpático, cómo algunas veces de la nada se van formando "verdades" dogmáticas. La gente simplemente comienza a repetir algo que piensa o escuchó y con el tiempo nadie recuerda ni quien lo dijo por primera vez ni cuándo ni dónde ni en qué circunstancias. Es en esta última fase -cuando la verdad es anónima- que la "verdad" dogmática logra tomar vida propia, se convierte en parte del patrimonio colectivo y por tanto nadie se atreve a cuestionarla. Y cuando alguien se atreve a ponerlas en tela de juicio, descubre que la fuerza de estas "verdades" está realmente en el número de sus creyentes y nada más.

Una de estas "verdades dogmáticas" que ha hecho carrera entre los colombianos, especialmente entre nuestros dirigentes, es la de que en lo referente al problema de las drogas "nosotros si tenemos autoridad moral para exigir del mundo porque hemos puesto los muertos." Lo dijo el presidente Santos recientemente y asimismo lo dijeron sus inmediatos antecesores. Es una convicción de viejo arraigo que da hasta para el exhibicionismo y la autoflagelación en los escenarios internacionales. Creen nuestros mandatarios que colocarnos en el "plan de víctimas", haciendo uso del chantaje moral nos va a servir de algo. Nada más distante de la realidad.

Pareciera ser que el pensamiento prevalente entre nosotros es que solo es de culpar el que paga por pecar y no el que peca por la paga. Que pensamiento más absurdo y que distorsión de valores tan grande, la cual sólo puede ser consecuencia de que hemos perdido la capacidad de valorar nuestras acciones sanamente y asumir las responsabilidades que nos corresponden. Hemos acudido, equivocadamente, al autoengaño, al argumento falaz y a la tercerización de culpas.

Si la autoridad moral nos la da el número de muertos, la pregunta entonces es cuáles son los muertos que debemos contar. ¿Los producidos directamente por el tráfico como sucede en Colombia y Méjico? ¿Los muertos a consecuencia del consumo de drogas y las familias destrozadas como sucede en los países consumidores? Creo que si el criterio sobre el cual cimentamos nuestra autoridad moral no es más que un simple ejercicio contable, consistente en hacer un balance de muertos a favor y muertos en contra, entonces salimos muy mal librados. Realmente, el costo social medido en pérdida de vidas -sin contar el costo económico de rehabilitar a un adicto y manejo de delitos conexos- en los países consumidores es bastante elevado y con toda seguridad sobrepasa con creces el número de muertos a nuestro favor. Por demás, esta moral de vampiro es chocante y perturba el alma.

Mal podríamos tener autoridad, cuando nadie fuera de nosotros mismos, nos la reconoce. El argumento de la tal autoridad moral es antipático e irritante en las esferas internacionales, en donde a pesar de haberlo esgrimido insistentemente, no hemos logrado despertar ni solidaridad ni empatía sino más bien desdén y miradas burlonas. Pacho Santos lo experimentó de primera mano en su bufonesco intento de hacerle creer a los europeos por medio de un comercial de televisión, que lo que sucedía, y todavía sucede aquí, era y es culpa de ellos.

Lo justo es que cada cual asuma sus culpas y responsabilidades. Tal como lo planteó un excelente editorial del diario El Informador, comentando el referendo de California, "La producción de narcóticos no está determinada por la pobreza ni por la demanda interna o externa sino por la debilidad de las instituciones y la proclividad cultural a violar la ley." Este es el quid del asunto.

Y da en el blanco el editorial referido, porque es cínico arrogarnos autoridad moral, cuando nuestras instituciones son débiles, cuando todos los colombianos practicamos la cultura del atajo, y cuando la trampa y la corrupción son de magnitudes leviatánicas. La verdad monda y lironda es que una gran parte de nuestra sociedad pecó por la paga y hace mucho rato dejó de censurar lo que además de ser un delito, es moralmente censurable.

La descomposición moral, nos llevó a un proceso de iconización del "traqueto". No en vano, muchas familias, otrora decentes y de valores, se vanaglorian del hijo o del yerno "traqueto". Lo importante es ser rico, no importa de donde venga el dinero. Por esto considero que somos los colombianos unos sinvergüenzas descarados por tratar de echarle la culpa a los países consumidores de los que nos sucede. Aquí cabe preguntarse cómo se preguntó Sor Juana Inés en sus Redondillas: ¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar?

Ya es hora de que abandonemos, comenzando por nuestros dirigentes, este engañoso discurso y asumamos la culpa que nos corresponde, porque la tal "autoridad moral" con la que pretendemos arroparnos, es un sofisma que no convence a nadie ni nos ayuda a construir una agenda multilateral útil para el país. Cada parte -productores y consumidores- en este problema, tendrá que resolverlo de la mejor manera posible, y mejor aún si es de forma coordinada entre ambas, tal como se ha venido haciendo. Pero el primer paso a dar es que cada cual reconozca su propia culpa. Los consumidores hace rato reconocen la suya, pero nosotros, por nuestra parte, seguimos insistiendo en la de ellos y nos declaramos libres de todo pecado.

Es hora de dejar la puerilidad de lado y aceptar que también somos culpables, y es hora también de aceptar que los problemas internos generados por las drogas, los hemos creados nosotros mismos porque vivimos en un país en donde lo que hace falta es, precisamente, autoridad y por eso la delincuencia blanca, la negra y la de todos los colores, hace de las suyas.

El problema de las drogas de nuestro lado, no será resuelto hasta que logremos tener instituciones fuertes y termine de una vez por todas, el gobierno de la impunidad y de la corrupción que por tanto tiempo nos ha condenado a la pobreza y a la violencia.

Nunca hemos tenido autoridad moral para hacer reclamos sobre el tema de las drogas ilícitas, hoy no la tenemos y dudo que en el futuro la tengamos. No sigamos actuando torpemente y bajo premisas falsas, alimentadas por lo que no es más que un mero espejismo producto de nuestro autismo moral.