Democracia diabética

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Sorpresa causó en el país la reconciliación de Pastrana y Uribe y no es para menos después de los agravios que intercambiaron en público.

Ideológicamente este acercamiento tiene lógica, ya que Uribe en su pensar y sentir es conservador y encaja muy bien en el Partido Conservador; a su vez dista de las posiciones liberales de centro-izquierda de Santos.

Armonía entre sus más importantes dirigentes es lo que el país quiere. Las diferencias ideológicas y de estilo no deben dar pie para perder la civilidad y el respeto mutuo en ningún momento. Tampoco es de extrañar que el acercamiento en cuestión obedezca al pragmatismo político de ambos mandatarios y sea dictado por el desalentador panorama electoral próximo para sus colectividades políticas.

Considero que el Partido Conservador está ante una disyuntiva interesante. Pueden insistir en postergar la agonía ideológica con las sobras y lisonjas burocráticas arrojadas desde la Mesa de Unidad Nacional, o tomar el camino de la búsqueda de identidad y vocación de poder estructurando un proyecto político atrayente. El segundo camino es difícil y doloroso y probablemente implique asumir algunas derrotas electorales como parte de un proceso necesario de reflexión interna y de redefinición, pero es el camino correcto para nuestra democracia.

Ojalá Pastrana logre convencer a los convencionistas de ir a las presidenciales con candidato propio y de asumir el reto de repensar su colectividad. Un partido político considerado tradicional, con casi 165 años de historia y protagonista principalísimo en la construcción del país, no puede conformarse con hacer alianzas inocuas que exigen renuncias ideológicas.

El Partido Conservador tiene el reto de mirarse a sí mismo de cara a las nuevas realidades sociales, y decidir si quiere ser parte del presente y del futuro del país, o si es cosa del pasado.Tiene el reto enorme de preguntarse si en un país que hoy es urbano y diverso en muchos sentidos, los valores tradicionales fundacionales todavía son válidos.

La Colombia de hoy es una nación religiosamente diversa con un Estado secular; situación radicalmente diferente de la que permitió la hegemonía conservadora en el siglo pasado. Adicionalmente, los fenómenos sociales presentes en la agenda pública, como por ejemplo el aborto, el matrimonio homosexual y el asistencialismo estatal, entre otros, demandan que el debate sobre los mismos se haga desde posturas ideológicas representativas de la sociedad colombiana. Sin el Partido Conservador, aquellos ciudadanos - la mitad de los colombianos - que eligieron los valores tradicionales y que buscan quien los tutele en el espectro político, quedarían sin vocería.

El dilema del Partido Conservador es un dilema actual común a todas las fuerzas políticas y religiosas conservadoras del mundo porque los fenómenos y cambios sociales mencionados anteriormente son globales.

La pregunta del millón es si el Partido Conservador, de raíces profundamente católicas, puede aún ser relevante e incluso determinante a la hora de las discusiones para tomar decisiones de política pública. Estoy seguro que sí. Los jóvenes liberales, más bien liberados, de hoy, son los conservadores de mañana.

Por otro lado resulta incomprensible que nuestro pichón de premio Nobel de la Paz, el Presidente Santos, esté agotando todos los recursos a su alcance para abrirle espacios a la izquierda, lo cual está bien, y a la vez y por pura ambición personal, quiera acabar con la única opción política de derecha seria con que puede contar el país. Persiste en la búsqueda insensata del unanimismo.

Ojalá que en aras de la pluralidad ideológica y política, el resultado de la convención conservadora -que ya habrá concluido para cuando sea publicada esta columna- haya sido ir a las presidenciales con candidato propio.

Sin embargo, soy pesimista y creo que el domingo habrá triunfado la mermelada sobre la ética y la razón. Una vez más quedará demostrado que nuestra democracia extravió el rumbo y que no hay correctivos a la vista. Por culpa de tanta mermelada tenemos una pandemia de diabetes en nuestra democracia.