Escrito por:
José Vanegas Mejía
Columna: Acotaciones de los Viernes
e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es
Hace más o menos tres años los televidentes vimos algo poco frecuente en un programa de vasta audiencia nacional. Mucho más extraño resultó este hecho por su ocurrencia en '¿Quién quiere ser millonario?', de los más serios que hay en los canales nuestros.
En estos tiempos lo corriente es que los estudiantes -y quienes lo fueron y hoy son profesionales o desarrollan actividades diversas en la vida laboral- consideren que el maestro es un empleado más, cuya obligación es transmitir unos conocimientos por los cuales sus padres pagan o pagaron. Muchas veces el tratamiento que el alumno opone a la noble misión del maestro es, más que indiferente, despectivo. Para eso se apoya en normas como la que se escuda en la expresión "el libre desarrollo de la personalidad", cualquier cosa que eso signifique.
He conocido un mensaje en correo electrónico en el cual se define al educador en forma caricaturesca: "El educador es malo si se muestra afable con sus alumnos (no tiene carácter, dicen) pero también es malo si impone su autoridad ante sus pupilos". Así, pues, el maestro nunca tiene la razón. Esa apreciación ha hecho carrera entre la mayoría de padres de familia y se ha extendido hasta ciertos medios de comunicación.
A los maestros, salvo ellos mismos, nadie los defiende. Todo el mundo se siente con derecho a condenarlos cuando paralizan sus actividades porque les retrasan su salario días y semanas para que esos dineros rindan intereses en las entidades bancarias. ¿Qué delincuentes se benefician con esos intereses?
Quienes somos ahora ciudadanos no podemos achacar nuestras deficiencias a quienes hace tantos años se esforzaron por brindarnos el acervo cultural a su alcance y situarnos frente a las diferentes opciones que ofrece la vida.
El canal de televisión mencionado decidió pasar en repetición el programa que hemos citado. Tal vez esa reiteración deje la enseñanza de que los maestros -los primeros, los últimos, todos- tienen participación en el éxito que logremos en la vida. Y eso, si somos honrados, hay que agradecerlo.
Quiero ofrecer hoy, en pleno período de vacaciones escolares, las palabras de agradecimiento de Albert Camus, premio Nobel de Literatura 1957, a su modesto maestro de primaria. "Querido señor Germain: Esperé a que se apagara un poco el ruido de todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza no hubiera sucedido nada de esto.
No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero me ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser un alumno agradecido. Un abrazo con todas mis fuerzas. Albert Camus".