Cuatro vallenatos perdidos en Rótterdam

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jacobo Solano Cerchiaro

Jacobo Solano Cerchiaro

Columna: Opinión

e-mail: jacobosolanoc@hotmail.com

Twitter: @JacoboSolanoC



Desde que sonó la alarma, sabíamos que era una obligación levantarnos a cumplir la cita con los proxenetas rusos en Ámsterdam. En busca de la información que requiere un escritor atrevido y soñador, y sólo se encuentra investigando, guiado por la intuición, sin pensar en dinero, ni en peligros, únicamente en las enriquecedoras vivencias para moldear personajes y consolidar historias.

Con esta motivación, partimos en el Peugeot a las 6:00 a.m. los cuatros vallenatos: El Kore Pareja; Leonor García (hija de 'el Pinde'); Javier Rodríguez, 'el viruñas', un tatuador del barrio Sicarare y yo. Rumbo a la aventura y la exploración, desde Denze en Bélgica, hasta Ámsterdam en Holanda. Nos tomamos un tinto para soportar el penetrante frío, recorriendo territorios en Bélgica hasta cruzar la frontera con Holanda.

Ya en el país del queso amarillo, sin contratiempos, nos internamos en amplias autopistas, rebasamos ciudades como Amberes, Breda y otros tantos poblados de una belleza singular, con los sorprendentes molinos enclavados en los verdes campos; con música vallenata de fondo, para honrar nuestra idiosincrasia.

El compromiso adquirido fue un pacto de caballeros, convenido con mucha antelación. No podíamos llegar tarde, porque corríamos el riesgo de que los chulos rusos, con la rigidez que los caracteriza, no nos atendieran o peor aún, que nos recibieran con hostilidad o con agresiones y se viniera abajo todo lo proyectado.

Ya estábamos a punto de lograr nuestro objetivo, llegar a la calle de Abernol, el callejón de oro de la prostitución en el mundo, cuando de pronto, al cruzar el puente de Rótterdam, llegó el caos; El Kore, conductor elegido, se desubicó y tomó una variante que no correspondía y dimos más vueltas que un trompo karrancho.

Las calles del puerto más importante de Europa parecían más un laberinto sin salida, la confusión fue titánica y se empeoró con el llanto de Leo, quien al verse sin rumbo fijo, imploraba a gritos que la regresaran para su querido Valle y el desesperante y estruendoso ronquido del Viruñas, que ni se percató de lo que acontecía.

Después de recorrer circuladas avenidas, cruzar y volver a cruzar puentes y a punto de que se agotara la reserva del tanque de gasolina, por estar de un lado para otro alrededor de dos horas, como un mandato Divino, divisamos una patrulla de policía de carreteras, el oficial al percibir nuestra desesperación, aunque sin entendernos mucho por el deficiente holandés, nos escoltó para salir de la ciudad y llegar a nuestra entrevista, casi con tres horas de retraso.

Como era de suponer, los rusos ya no estaban. Pero como al que le van a dar le guardan, nos encontramos con Laura y Carolina, dos prostitutas colombianas, muy hermosas, quienes se apropiaron de la investigación y nos guiaron por el Distrito Rojo, al tiempo que nos revelaban la dura realidad que afrontan mujeres de todas las nacionalidades que llegan con el sueño único de ganar dinero, pero cuando se involucran en ese circulo de crimen, drogas y frustraciones, es imposible salir.