Cinco decenios de un magnicidio

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Escrito por:

Gustavo Hernández López

Gustavo Hernández López

Columna: Opinión

e-mail: gusherlo@hotmail.com



Hace cinco décadas asesinaron en Dallas Texas a un gran líder, manifiestamente carismático, uno de los presidentes más queridos y respetados por su pueblo y con una proyección internacional ampliamente positiva. De los mejores oradores que ha tenido Norteamérica, precisamente gracias a su oratoria, dada su facilidad para expresar sus ideas y su clara dialéctica de sus argumentos, derrotó en un debate televisivo, que fue definitivo para su elección, al expresidente Richard Nixon.

Ciertamente me estoy refiriendo a John Fitzgerald Kennedy, conocido por sus amigos como Jack Kennedy y popularmente como JFK. El segundo mandatario más joven, junto con Theodore Roosevelt. Héroe de la segunda guerra mundial, con una brillante carrera política, pues estuvo en el Congreso como representante y luego como senador del estado de Massachusetts. Primer católico que llegaba a la Presidencia y el creador de la Alianza para el Progreso, pensando o al menos intencionado en apoyar a América latina, con miras a poner un grano de arena crucial para su desarrollo.

Aquí en Colombia en su visita como Jefe de Estado, lo recibió con todos los honores, en la capital colombiana el entonces Presidente Alberto Lleras, con el cual había una evidente empatía y reciproca admiración. Pusieron ambos con toda la solemnidad la primera piedra, que dio origen al barrio que tomó su apellido Ciudad Kennedy, hoy convertido con más de un millón y medio de habitantes en una ciudad satélite de Bogotá.

Era un político demócrata, muy bien parecido, con figura de actor de cine, de ahí también el éxito con las mujeres, ya que fueron muchas con las cuales tuvo sus affaires. Además le fascinaba ser consentido por ellas y gozaba correspondiéndoles en la misma forma. Sin embargo manejaba con altura y discreción este tipo de situaciones amorosas. Después de su muerte es que han aflorado sus romances.

Su decisión tal vez la más recordada y verdaderamente impactante, por su firmeza y trascendencia, tiene que ver con la crisis de los misiles, que había instalado la Unión Soviética en territorio cubano, prácticamente con dirección a las costas de los Estados Unidos. Le dijo a Nikita Kruschev primer ministro ruso, que le daba un tiempo perentorio para desmantelar y retirar la cohetería de la isla. Fue tan categórico y directo, que el hombre fuerte en ese instante de Rusia, con cierta responsabilidad histórica no dudo en hacerlo, como si estuviese cumpliendo una orden. De otra manera se hubiese podido generar una tercera guerra mundial.

Así como esta determinación, bien analizada y con un riesgo calculado, enfrentado a la segunda potencia mundial, le dio el resultado previsto; igualmente pero con fallas protuberantes, la acción de la bahía de cochinos, contra Cuba por el contrario fue un estruendoso fracaso.

La inteligencia estratégica americana hizo actuar a los invasores con hipótesis falsas e informaciones irreales, que no podían sino obtener el rechazo eficaz cubano, las muertes de los grupos de asalto, cabeza de playa y consecuentemente el desprestigio del gobierno y su Presidente por esa salida en falso. Quedaron los croquis, los buenos propósitos, pero la percepción, el examen de la situación y la pésima ejecución lógicamente dieron al traste con esta operación.

En una nación tan poderosa donde se presume que todo funciona a las mil maravillas, es la hora en que aún no se conoce el efecto definitivo de la investigación del crimen de Kennedy. El primer presunto homicida Lee Harvey Osvald a los dos días de haberlo aprehendido lo mató un tal Jack Ruby.

Unos comentan que se trató de una conspiración, otros que el asesino actúo solo, algunos se han atrevido a decir algo absurdo consistente en que el chofer del vehículo presidencial es el autor de este atentado. Se especula mucho al respecto, han aseverado sin pruebas valederas y contundentes, solo rumores, de que la CIA y el FBI participaron, que la mafia estuvo presente, aliada con las organizaciones de inteligencia mencionadas. En todo caso el optimismo se ha perdido frente al esclarecimiento de este trágico hecho criminal.

Ha habido en torno de John F. Kennedy innumerables mitos, que con el tiempo y ahondando sobre su vida se han venido derrumbando y desvaneciendo. Por ejemplo su estado físico atlético, que parecía excepcionalmente bueno, según las indagaciones se demuestra de qué sufría de múltiples enfermedades, que las calmaba y manejaba con medicamentos y antibióticos, cuya efectividad es ostensible, por cuanto su imagen denotaba siempre fortaleza.

Del mismo modo su transparencia en el ejercicio del espionaje gubernamental, en contraste con Richard Nixon, a quien el Watergate lo hizo renunciar; no era tan diáfano, toda vez que su hermano Robert ordenó al FBI y a la CIA interceptar comunicaciones de políticos , periodistas, funcionarios del gobierno y empresarios. Esto nos indica que no es de ahora sino siempre que ha habido interceptación de llamadas internas y externas en las potencias y entre ellas mismas.

De todas maneras, como todo ser humano, tenía sus defectos y virtudes, pero su personalidad eclipsaba y opacaba su parte negativa y mostraba más bien sus cosas positivas, por eso su muerte, produjo un llanto universal, habida consideración de que era sin duda un hombre de estado sobresaliente y por ende ha sido y seguirá siendo resplandeciente e importante en el imaginario colectivo.

Su frase célebre deja translucir su fondo, fervor y sentido patriótico: "preguntemos no que puede hacer la patria por nosotros sino que podemos hacer nosotros por ella".



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