Salvajismo en el fútbol

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Gustavo Hernández López

Gustavo Hernández López

Columna: Opinión

e-mail: gusherlo@hotmail.com



En estas últimas semanas han tenido lugar en nuestro país hechos trágicos lamentables y censurables, con las barras bravas, por cuanto ha habido muertos y heridos derivados de los enfrentamientos entre los hinchas de varios equipos, particularmente de aquellos que representan a la capital de la República, esto es Santafé y Millonarios y también hubo un homicidio como resultado de las grescas en la ciudad de la eterna primavera.

Es algo que se está observando en todas nuestras plazas futbolísticas, donde la incultura, la violencia extrema, la pasión descontrolada, acaban con la tranquilidad de las ciudades. Los barrios aledaños a los estadios sufren roturas de los vidrios en apartamentos y casas, al igual que los establecimientos comerciales y por consiguiente cada partido lejos de ser un motivo de alegría, se ha convertido por decir lo menos en un dolor de cabeza para los vecinos de los alrededores de nuestros campos de fútbol.

Ciertamente no sólo es en territorio colombiano sino en todo el orbe donde se suceden tales circunstancias deplorables y funestas. Aquí hemos aprendido en materia del balompié no tanto las virtudes del deporte de las multitudes, aunque hemos mejorado notablemente, sino las conductas indecentes, que causan desgracia, calamidad y tristeza.

Históricamente fueron los ingleses, en el siglo XVIII, en los orígenes de este deporte, quienes mostraron rudeza, broncas y desórdenes en los enfrentamientos entre las juventudes de sus pueblos, que involucraban a cantidades de jugadores y se constituían en verdaderos campos de batalla.

Pero sin duda las bandas callejeras, así llamaban en Gran Bretaña a las barras bravas, es decir a los Hooligan, han sido las más brutales y violentas en Inglaterra y el mundo. Causaron infinidad de muertos en sus distintas andanzas en el Reino Unido y en Europa. Por eso en Irlanda Hooley es una palabra que significa salvaje y entre los británicos el origen etimológico tiene que ver con un asesino Patrick Hooligan que se registra en un informe de policía en el año 1898.

Para acabar con estas barbaries de las barras inglesas, hubo necesidad de la intervención de la Dama de Hierro, quien después de la tragedia en la cancha de Hillsborouh ubicada en Sheffield Inglaterra, acaecida el 15 de abril de 1989, en la cual se produjeron 96 muertos manifestó: "Esto no es un problema deportivo sino social" y de inmediato impulsó leyes para erradicar a estos intolerables extremistas.

A partir de ese momento (1989-1990), los que querían asistir a los estadios no podían usar armas, ni cometer acciones violentas, ni consumir alcohol o drogas. Se instalaron cámaras de seguridad en todos los estadios de Inglaterra para detectar los desmanes y se crearon unos grupos de élite de la policía con miras a combatir estos grupos delincuenciales. Igualmente se infiltraron policías entre los Hooligan y así cayeron 50 de sus caciques y se judicializaron 5000 fanáticos. De esa manera, con esas medidas firmes y drásticas y desde luego con el respaldo de toda la sociedad del Reino Unido, se conjuraron y se redujeron a su mínima expresión estos sucesos de vandalismo.

Cualquier lugar de encuentro Hooligan era objeto de redadas policivas y los locales o centros comerciales eran sancionados por acogerlos. Los clubes colaboraron con dinero y se afectaron económicamente, más el Parlamento inglés dio el apoyo con sus leyes y el gobierno de la Thatcher otorgó créditos a todos los equipos de Inglaterra. Además se transmitieron masivamente por televisión todos los partidos.

Pero aquí en Suramérica y Centroamérica aún se viven situaciones dramáticas como las que nos ha tocado palpar a nosotros directamente y que han despertado y alertado a las autoridades civiles y policiales de Colombia. Espero que ahora sí se tomen decisiones de fondo, como las que hemos enunciado que se pusieron en práctica entre los ingleses, con el ánimo de que sofoquemos y finiquitemos de una vez para siempre este flagelo, que tanto nos afecta y preocupa.

En los encuentros clásicos en Argentina, Uruguay y Brasil, en que la gente siente, vibra y su pasión es excesiva, por ejemplo un partido River Boca en la bombonera o en el monumental, el boquense tiene que estar en su tribuna y gritar y vitorear a su Boca del alma, ahí en su sitio porque si por equivocación o porque no había otro puesto está en los estrados de la franja roja, no puede sino alentar al onceno de Labruna y Lousteau y de nuestro crédito Falcao. Pues de otra manera, corre el riesgo de ser linchado y golpeado y de pronto salir no para el hospital sino para el cementerio. Lo mismo ocurre en caso contrario para el hincha riverplatense.

Realmente todo fanatismo, deportivo, político, religioso o de cualquier tipo, es negativo, contraproducente y nefasto, dado que se confunde o confluye con el fundamentalismo que no es otra cosa que la exigencia intransigente o el sometimiento a un sistema o a una doctrina, en que se pierde totalmente la objetividad, pero especialmente la libertad, valor sustancial y preciado en la vida de los pueblos.