La soberanía alimentaria: un mito en Colombia

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Escrito por:

Arsada

Arsada

Columna: Opinión

e-mail: armandobrugesdavila@gmail.com



La compleja situación que vive el campesinado colombiano y que hoy se debate y define en las carreteras del país, se devela como por arte de magia cuando nos topamos con un hombre como Carlo Petrini, un italiano que logró convertir la gastronomía en una ciencia holística, en el sentido que cuando hablamos de ella nos referimos a todo lo humano.

Suena raro, pero para él esta ciencia es física, química, biología, genética, agricultura, historia, antropología, sociología, identidad cultural y aunque no lo crean, economía política. Mi sorpresa fue mayúscula cuando leí que según él, en su país la debacle campesina había sido devastadora, al punto que en los años 50 su población era de un 50%, pero que hoy día sólo es de un 3%, con el agravante de que la mitad de ésta es mayor de 60 años.

Será que llevamos el mismo camino? Por lo que manifiesta, sí. En su criterio, la industria alimentaria mundial es una industria criminal, teniendo en cuenta que el 80% de las semillas en el mundo pertenecen a sólo cinco multinacionales, entre las que obviamente se encuentra Monsanto, lo que le permite asegurar que en un futuro próximo, el campesino y el agricultor que conocemos desaparecerán, consecuencia de este absurdo monopolio.

Como van las cosas, estos delincuentes de la nutrición humana asegurarán un control tal sobre los alimentos, que la llamada soberanía alimentaria de los Estados pasará a ser una simple utopía. Lo que resulta aterrador es verlo señalar que en los últimos veinte años, la industria agrícola mundial ha usado más químicos que los usados en los 120 años anteriores, es decir, han convertido la tierra en una "adicta".

Algo similar a lo que viene sucediendo con los productos procesados con que la gran industria nos viene convirtiendo en adictos a los alimentos tipo chatarra. Más grave aún resulta el hecho, según el mismo gastrónomo, que el 76% del agua mundial sea usada en la agricultura de manera irracional, situación similar a la denunciada por Fidel Castro, en lo relacionado con la explotación de petróleo mediante la inyección de grandes cantidades de agua irrecuperables para el consumo humano.

Tomando en cuenta lo anterior, comprendemos entonces que la lucha que hoy mantienen nuestros campesinos y agricultores, no es simplemente por unos mejores ingresos: se trata en última instancia de una lucha en la que está comprometida su supervivencia misma. La famosa resolución 970, a más de comprometer subrepticiamente la soberanía nacional, pone sobre tales sectores una lápida que los condena a una desaparición forzada. No fue que el enano se creciera, fue que el gigante de la producción de comida, el campesino, el único capaz de darnos la soberanía alimentaria, se siente cual fiera acorralada dispuesto a lo que sea, menos dejarse morir impunemente.