Las vainas de mi país

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Las disímiles y desconectadas microhistorias de la cotidianidad nacional dan para escribir tomos enteros y, ¿por qué no?, obtener más de un premio literario universal para los escritores nacionales.

De no ser porque las sufrimos a diario, diríamos que se trata de ficciones inconcebibles. López Michelsen hablaba del país político y el país nacional, indicando la evidente dicotomía que existe entre gobernantes y gobernados: cada uno por su lado, cada quien procurando su mejor estar, sin conceptos de patria ni solidaridad.

Y es más visible cada día: mientras la dirigencia vive en un país ideal, lejos de la realidad del colombiano del común, ideando nuevas formas de gobernar -la mayoría de las veces ajenas a la realidad del país y, con frecuencia, pensando en los intereses de unos pocos sin tener en cuenta los impactos sobre la ciudadanía-, los hogares ven mermados sus ingresos por cuenta de las permanentes reformas tributarias, laborales y pensionales que parecen ideadas para países de salarios crecientes.

Contribuye a la escasez hogareña la creencia del político (de altos sueldos y prebendas, y de mayores ambiciones) de que un colombiano puede sobrevivir con $180.000 cada mes. Las agremiaciones de trabajadores consideran que los salarios de los trabajadores son insuficientes y en sus peticiones -muchas veces exageradas- no se tiene en cuenta la capacidad del aparato productivo.

A su vez, las empresas sufren sus propias dificultades producto, una vez más, de las decisiones erradas de los gobiernos sin creatividad que cada día imponen más carga impositiva como si los bolsillos de los ciudadanos y las arcas de las empresas fueran fuente interminable de recursos.

Todos a una, como en Fuenteovejuna, buscan la forma de evadir y eludir el pago de los tributos, pues consideran con sobradas razones que buena parte del erario toma oscuros caminos que le impiden llegar a donde deben: salud, educación, seguridad, obras y todo lo necesario para el bienestar y el progreso de la población.

Y las autoridades persiguen al detalle posibles fugas de impuestos que se requieren para el funcionamiento del Estado que, para el ciudadano de a pie, está lleno de burócratas inútiles y corruptos en función de las maquinarias que saquean a placer las arcas estatales hasta el despojo total. Tremendo galimatías, historias separadas y ajenas que no parecen confluir para armonizarse entre sí.

En los recientes paros se aprecian palmariamente los desencuentros entre el país político y el país nacional, ahondados por el escaso conocimiento del agro que tiene el citadino que toma decisiones trascendentales sin conocer el campo más allá de las fincas de recreo, que no entiende de insumos costosos, transportes difíciles, carreteras propias de los tiempos de Maria Castaña, de controles ilegales de precios, presencia de grupos armados y guerra en sus regiones, y otros sufrimientos del sector agropecuario.

La comodidad de esos funcionarios contrasta con las angustias cotidianas del campesino; el transportador no entiende las tablas de fletes que les generan pérdidas por cuenta de los combustibles más caros del planeta. Cada quien vive su propia realidad, ajena a las otras aun cuando le impacten y agobien.

Por su parte, las autoridades policiales creen que cualquier paro es promovido por los subversivos -lo que sucede a veces, es verdad- y el citadino acomodado piensa que se trata de malandros que protestan porque sí y porque no. No faltan los infiltrados en marchas pacíficas, puestos ahí para subvertir el orden institucional por la subversión izquierdista, por la extrema derecha y a veces los pone la misma fuerza estatal. Todos sacan provecho del desorden, menos los marchantes.

Los medios oportunistas desinforman a conveniencia, la represión estatal se desborda en violencia; los infiltrados responden con más violencia y todo termina lánguidamente con la tristeza de los manifestantes de estar peor cada vez, sin soluciones visibles, porque ningún gobierno dialoga cuando la gente protesta, y la gente protesta porque los gobiernos no les paran bolas. Tan caótica será la cosa que extremos políticos irreconciliables coinciden en el apoyo, unos por convicción y otros por los réditos políticos con miras a las próximas elecciones. Perenne círculo vicioso…

Ahora, cuando Colombia tiene sus puertas abiertas al comercio internacional (en demasía, según los que saben), cuando algunos acuerdos son claramente desfavorables (especialmente para el agro), cuando la minería de petróleo y carbón caerá en pocos años, cuando las condiciones favorecen al extranjero sobre el colombiano, cuando se pierden empleos y capacidad de consumo, es hora de que todas esas microhistorias se encuentren y se concierten en beneficio de todos y no de unos pocos que no piensan en el país. O, de lo que va quedando de el: cuando algunos dirigentes insensibles y sin compromiso con Colombia no la regalan o la malvenden, las decisiones de las instancias internacionales la reducen cada vez más.