Comunicación de ánimos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



"Domingo sombrío" es el título de una canción compuesta en la Hungría de los años treinta del siglo pasado por el pianista nacional Reszo Seress, cuyo principal éxito fue confeccionar precisamente esa música con letra suicida, o presuntamente buena para ambientar el suicidio, según las evidencias creadas a propósito por decenas de personas que, en el mundo, a lo largo de los años se han dejado llevar por esa triste opción.

Eso lo vi en televisión la otra noche, a la vez que, de un salto, me iba a Youtube a escuchar sin interrupciones la famosa melodía. Pero no sentí nada de nada cuando lo hice, más allá de soberano aburrimiento; ni siquiera me ayudó a entender la subliminal invocación del deseo autodestructivo atribuido leer las líricas que su autor reescribió casi tantas veces como yo esta frase.

La verdad es que me dan más ganas de morirme cuando veo, o escucho, por ejemplo, a Jotamario. Por lo demás, me causaron mucha gracia los comentarios instantáneos en Youtube de gente alrededor del mundo que, al igual que un servidor, padeció la misma curiosidad interactiva en tiempo real: cosas de nuestra época.

La influencia del arte en la vida no es cosa insignificante, sin embargo. Alguien seriamente conectado con los nervios de la existencia bien puede explicarnos las cosas que creemos saber, íntimas, personales, mejor de lo que lo podemos hacer nosotros mismos a nuestras propias conciencias. Ahora me acuerdo de "Aura o Las Violetas", del decimonónico escritor bogotano José María Vargas Vila, a quien conozco bien por haberlo leído para hacer un análisis comparativo de casi todo su trabajo cuando estaba en el colegio.

Más allá de su odio indestructible a los gringos, a los curas, a las mujeres (habría que matizar esta particular afirmación), y a prácticamente todo lo que se moviera, Aura, la novelita que seguramente escribió entre sollozos el pobre atormentado, goza de un poder de persuasión devastador. Entonces la estudié en solitario, con un nudo en la garganta; no he me he atrevido a volver a ella hasta el día de hoy.

La comunicación de los ánimos que puede hacer alguien en contacto con las entrañas del universo es mágica. No es poca cosa hacer vivir en otros lo que uno mismo vive, o lo que se piensa fundadamente que se vive: de ahí que se diga que la fuerza de la imaginación es invencible. Lo es.

Pero saber tanto acerca de los entresijos puede ser una carga, una maldición, si no se encuentra la forma precisa de sacar eso que está muy adentro, quién sabe si pudriéndose. Cuando logran hacer esto efectivamente, muchos escritores suelen diseñar una suerte de profecía -antes que biografía- de lo que les pasará a sí mismos en adelante, sin saberlo.

Ese no es el caso de los músicos, o, al menos, no lo es con frecuencia. No obstante, Seress sí había redactado uno de sus versos malditos de esta forma: "¡Vuela mi vida tu paso querido, que llega la hora que debo partir!", y así, en 1968 saltó por la ventana del edificio que habitaba en Budapest, para acabar con todo, cuando ya su canción era célebre hacía rato, pero él no.

Habían pasado apenas treinta y cinco años desde que compusiera la obra matadora; ¿la estaría escuchando en su mente al momento de cerrar ese círculo infernal que él mismo había osado esbozar sin pensar en las consecuencias reales?