La ciencia y el lío temporal de Adán y Eva

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Arsada

Arsada

Columna: Opinión

e-mail: armandobrugesdavila@gmail.com



Mezclar ciencia y religión nunca ha sido buena idea, lo cual se puede palpar a raíz de una controversia que se originó recientemente entre cibernautas en un sitio web a consecuencia de las conclusiones a que llegaron científicos de la Universidad de Stanford en Estados Unidos.

Allí, mediante un estudio sobre la evolución de la especie humana, se llegó a la conclusión que el primer antepasado masculino, común a todos los hombres, había vivido hace unos 70.000 años en África.

En genética humana, este ser se define como el individuo más reciente encontrado con posesión de un cromosoma, del cual descienden todos los cromosomas de la población humana, en tanto que la primera mujer sería el ancestro mujer que posee las mitocondrias, de la cual descienden todas las mitocondrias de la población humana actual.

Lo anterior tiene su sustento en el hecho de que los cromosomas Y se heredan por vía paterna, en tanto que los genes del ADN mitocondrial se heredan sólo de la madre por medio de las mitocondrias del óvulo, dado que la mitocondria del espermatozoide no penetra.

El lío se arma cuando por cualquier circunstancia, estos científicos que realizaban el proyecto de investigación, se les dio por darle a estos dos personajes nombres bíblicos: Adán cromosómico y Eva mitocondrial. Sin embargo, hasta aquí el problema aparentemente no existía; el agua comienza a revolverse en el momento mismo en que los coordinadores del proyecto llaman la atención en el sentido de que el Adán y la Eva de origen científico, de acuerdo a los actuales conocimientos, no habrían vivido en la misma época ni en la misma región al interior de África.

Lo anterior obviamente no encaja con la enseñanza bíblica de Adán y Eva viviendo en El Edén en medio de la armonía absoluta del Universo. A partir de este momento, fundamentalistas y opositores se enfrascan en una discusión de la que sin duda saldrán igual que antes, cada uno convencido de tener la razón. Todo ello debido al simple y complejo hecho del enfrentarse dos mundos totalmente diferentes: el racional y el emocional.

El primero girando en torno a la experiencia y su máxima expresión, la prueba y el segundo interpretando ese mismo mundo pero mediante la revelación y su fundamento, la fe. La eterna dicotomía entre la materia y espíritu.

Es el dicotómico mundo de la neocorteza, última fase evolutiva del cerebro humano, y el sistema límbico, instancia evolutiva anterior en donde se desarrollaron no sólo las primeras fases de la memoria, fundamento del aprendizaje, sino también de las emociones como mecanismos de defensa más especializados en los seres vivos que más tarde reclama su espacio en la parte frontal del cerebro.

Siempre que trato este tema, recuerdo una entrevista que le hicieron al científico colombiano Rodolfo Llinás, quien al preguntársele que cómo era eso de que a lo que nosotros llamábamos alma estaba en el cerebro, él respondió, con esa tranquilidad que siempre le acompaña, que no era que el alma estuviera en el cerebro, sino que era el cerebro.

Ante semejante respuesta, el interlocutor solo atinó a decir: ¿Y cómo le explica eso a una sociedad creyente? A lo que el científico respondió: Sencillamente no se le puede explicar. Es como cuando una persona dice: "Vi un fantasma." Y usted le responde que claro, que las alucinaciones visuales existen, pero están, dentro de su cabeza. El obviamente insistirá: "Yo lo vi afuera". ¿Cómo decirle que no? ¡No hay nada que hacer!

Lo realmente interesante de este proceso, es saber qué pudo haber pasado y con quién estuvo flirteando la Eva mitocondrial, en el mientras aparecía en la escala biológica su supuesta costilla, el Adán microsómico, el cual según todo parece indicar, hasta ahora, aparece mucho más tarde. Ahora, el que hubiese aparecido primero la Eva Mitocondrial, podría ser la explicación para comprender que debido a esa mayor madurez en el tiempo, ella resulte más inteligente que él al punto de convencerlo que quien manda en casa es él. ¡Pobres machistas!