No hay por qué caminar sobre cenizas

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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



En alguna parte he leído que "La mente humana tiene un primitivo mecanismo de defensa que niega cualquier realidad que provoque un estrés excesivo al cerebro. Se le llama negación."

Hace algunos años leí una novela publicada en 2001 bajo el título 'El jardín de las cenizas', del escritor estadounidense Dennis Bock. Trata del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 y los horrores producidos sobre la población de esa infortunada isla japonesa. La narración alterna las opiniones del autor con los patéticos testimonios de una de las víctimas, quien cuenta desde el instante en el cual la bomba hizo contacto con el pequeño puente donde ella jugaba con su hermanito, hasta el momento actual de la narración.

Con el correr de los años uno de los científicos responsables de la experiencia atómica la localiza y se interesa por brindarle ayuda médica y emocional. Ella, por su parte, ya en territorio norteamericano, participa en conferencias, sobre todo en universidades y centros culturales de reconocido prestigio; en esas exposiciones condena hasta el cansancio la acción despiadada de los Estados Unidos. El científico, en silencio, nunca refuta sus diatribas y hasta parece apoyar sus denuncias mientras rumia su inexcusable culpa.

Nunca he vuelto a encontrar esa novela de Bock. Sendas narraciones con el mismo nombre han sido escritas por la panameña Gloria Guardia y por la autora colombiana Jacqueline Donado. Tratan temas totalmente diferentes al del escritor norteamericano. El autor serbio Danilo Kis publicó 'Jardín Ceniza', ajena a las citadas anteriormente.

La novela de Bock es más impactante que 'Las flores de Hiroshima', que desarrolla una temática similar. Quizás cuántas obras literarias haya alrededor de la bomba atómica. Pero bastaría con leer los dos primeros libros mencionados para comprobar que la irracionalidad humana no tiene límites. También, para complementar el sentimiento de repudio a la violencia, es recomendable leer 'Hiroshima, mi amor'.

No he querido que pase el mes de agosto sin referirme a esa catástrofe genocida. Increíblemente hay personas que se empecinan en restar importancia a hechos tan graves y contundentes como el lanzamiento de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. Recientemente ocurre lo mismo con el llamado Holocausto judío. Para qué pensar en eso --dicen como justificación--, si lo único que se consigue es desarrollar un tremendo estrés.

Un reciente estudio sobre jóvenes adictos a la tecnología informática asegura que "…después de leer un artículo deprimente sobre el derretimiento de los glaciares o la extinción de alguna especie, la gran mayoría de jóvenes buscaba algo trivial que purgara el miedo de su cerebro; entre sus elecciones favoritas estaban las noticias de deportes, los videos graciosos de gatos y los cotillones de celebridades".

Otro acontecimiento que nos gustaría olvidar es el estallido de seis camiones cargados con explosivos en Cali. Ocurrió en la madrugada del 7 de agosto de 1956 y arrasó casi 80 manzanas del centro de la ciudad. Aún hoy pesan sobre nuestro recuerdo los 1200 muertos e igual número de desaparecidos de ese día fatal. La capital del Valle del Cauca poco a poco se repuso de esa tragedia, pero cada 7 de agosto el país rememora estos inexplicables hechos.

De nada vale el mecanismo de defensa con el que desearíamos soslayar esa dura realidad. La teoría de la negación no es aplicable en estos casos de exterminio masivo. Ni siquiera el paso de los años nos brinda el anhelado consuelo. Nos queda, eso sí, la esperanza de que en el futuro el ser humano encuentre una senda más expedita, o por lo menos más transitable que nos acerque a la felicidad. Porque no hay razón para transitar siempre sobre jardines de cenizas.



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