Conductores ebrios… ¿y drogados?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Las dolorosas tragedias que a diario nos muestran los noticieros dan cuenta de la trágica accidentalidad que, con creciente frecuencia, arrebata vidas humanas; peatones nocturnos, ciclistas desprevenidos, niños indefensos o borrachitos de instintos apagados.

Un conductor ebrio (y, ¿por qué no, drogado?) es la hoz de Morta, hija de Júpiter -dios de la noche-, y Nox, -diosa de la oscuridad-, ese instrumento que siega el hilo de la vida.

Y es eso: si la oscuridad nocturna es la escena perfecta, las leyes farragosas, la penumbra de algunas actuaciones de la autoridad y caliginosas exégesis judiciales conducen al pantano de la incomprensión ciudadana y a la protesta social cuando no se aprecia una relación entre los laudos judiciales y los infaustos hechos. En muchos casos, la requerida claridad no aparece.

Se ha dicho siempre en Colombia que la justicia es para los de ruana, y los tozudos hechos lo refriegan a diario. Para un lego en asuntos judiciales es incomprensible que para un mismo hecho haya dos interpretaciones opuestas.

Mientras un juez de garantías privó de la libertad a un conductor borracho que le causó la muerte a un peatón, por considerarlo un peligro para la sociedad, a otro que originó dos muertes y un herido grave en peores circunstancias, fue dejado en libertad. La razón: ¡no es un peligro para la sociedad! Ambos esperan un juicio.

Las redes sociales convulsionan con la noticia y muchos dicen que la diferencia es que el segundo homicida iba en un coche importado de alta gama pero el primero manejaba un humilde vehículo nacional; consideran que la posición económica pesó en las decisiones de los togados.

Cierto o no, rememoran un fallo que condenó a seis años de prisión a un hombre hambriento por el robo de unos cubos de caldo de gallina, mientras que, por ejemplo, los "señores" del cartel de la contratación de Bogotá se las arreglan para evadir la acción de la justicia ante la indiferencia de una ciudadanía distraída con ciertas cortinas de humo. Se preguntan los ciudadanos si es más nocivo para la sociedad robar por hambre que segar vidas juntando en explosivo coctel alcohol, gasolina y velocidad (¿Y drogas?).

A partir de las campañas educativas de Mockus, los capitalinos y, por repetición, otros colombianos, entendieron la responsabilidad de conducir con respeto por la norma y por la vida ajena. Con el acatamiento a las señales de tránsito, a la cebra, a los semáforos y al peatón, el uso del cinturón de seguridad, la colaboración de los taxis y la costumbre de los conductores elegidos se evitaron muchos accidentes de tránsito y, consecuentemente, las respectivas víctimas; obviamente, la hora zanahoria, los retenes policiales nocturnos, el control de documentos y de alcoholemia fueron piezas clave.

Hoy, cuando la gaminería reaparece con inusitadas fuerzas, la patanería es el pan diario, y las armas abundan en manos de civiles irresponsables, las pobres estrategias de las autoridades enfocadas primordialmente en la punición, normas inconexas y poco disuasivas, proyectos de ley que se hunden por las pugnas partidistas y la dudosa interpretación normativa por parte de algunos jueces obligan a repensar en acciones efectivas para frenar esta plaga de conductores ebrios y, me temo, drogados.

El obvio razonamiento es mirar de manera amplia: educación, prevención, reparación y sanción ejemplar, como elementos centrales; no podemos quedarnos únicamente en el aspecto punitivo. Por ejemplo, retomar el modelo Mockus, orientándolo hacia la prevención. Los cuerpos legislativos deben producir reglamentaciones claras, coherentes y taxativas que no den lugar a interpretaciones sesgadas.

En la parte punitiva, por ejemplo, medidas como privación automática de la libertad para conductores borrachos homicidas, suspensión automática de la licencia de conducción por varios años, decomiso del vehículo, juicio inmediato y penas drásticas no excarcelables. Si bien la presunción de inocencia, el derecho a la defensa y al debido proceso son presupuestos constitucionales y legales, un peatón fallecido en tales circunstancias obliga a una justicia clara, real y efectiva.

Se requieren campañas pedagógicas en los medios, trabajo social para el homicida, y educación en casa y escuela, claro está. Pero también educar a ciertas "manzanas podridas" (mejor si se prescinde de ellas) que hay en las instituciones, pensando más en su propio beneficio (mordidas, coimas y demás) que en la secuela de muertos, heridos y destrozos materiales que deja su irresponsabilidad. Y jamás olvidar que muchos borrachos también se drogan; es menester averiguarlo rutinariamente.

La alcoholimetría y la detección simultánea de drogas sicoactivas es requisito indispensable. Se trata de aplicar bien muchas de las normas existentes mientras llegan otras para aplacar la nueva epidemia mortal, pero también de responsabilidad individual y social por parte de todos. Es hora de quitar a Morta del timón de los carros y su pie derecho del acelerador.