¿Cuál es la causa de la crisis de valores?

Columnas de Opinión
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¿Tenemos la culpa que continúen los horrores de la actual crisis social de la humanidad? Sí la tenemos; y la tenemos porque esas consternaciones son las consecuencias exteriores de nuestra diaria vida interna, de nuestra diaria vida de codicia, mala voluntad, sensualidad, crueldad, rivalidad, afanes adquisitivos y religión especializada.

El error es de todos los que, entregándonos a estas fuerzas intrínsecas de una psiquis caótica, generamos esta actual espeluznante calamidad. Es porque somos egoístas, febriles, violentos, por lo que cada uno ha ayudado a este exterminio en masa que llamamos guerra. Se nos ha adiestrado a matar y a morir, pero no a vivir. Si de todo corazón aborrecemos las carnicerías y la violencia en cualquiera de sus representaciones, hallaremos el modo de vivir sosegada y creadoramente.

Si éste fuese nuestro primordial interés, indagaríamos dónde están las raíces, los instintos, que fecundan el crimen, el odio y los homicidios en masa. ¿Nos alienta ese beneficio total y vehemente en liquidar la guerra? Si la respuesta es afirmativa, tendremos que desarraigar de nosotros mismos los impulsos que incitan a recurrir al terrorismo y a matar no interesa el motivo que se de para ello. Si anhelamos zanjar las guerras, tendremos que provocar una revolución íntima e insondable de tolerancia y compasión; entonces nuestro pensar y sentir se redimirá de la ambición, de la apetencia, de toda tipificación con determinados grupos y de todas las causas que propagan animadversión.

Un "dirigente" político (¿politicastro?) dijo una vez que la dejadez de todas esas cosas no sólo era considerablemente embarazosa, sino que estimularía una gran incomunicación y aterrador encierro, irresistibles para la sociedad. Entonces, ¿no es él responsable también de esos indescriptibles infortunios? Algunas personas irreflexivas tal vez coincidan con él; y con esta pereza mental e irreflexión están arrojando leña a la hoguera siempre creciente de la guerra. Si por el contrario, aspiramos seriamente extirparnos las causas íntimas de odio y violencia, habrá paz y gozo en nuestro corazón, lo que proveerá inmediato efecto en torno nuestro.

Tenemos que reeducarnos para no asesinar, no liquidarnos los unos a los otros por causa alguna, por más justa que ella parezca, para la felicidad futura de la humanidad, ni por ideología alguna por más promisoria que ella se vea; nuestra educación no tiene que ser puramente técnica, pues ello ineludiblemente procrea barbarie, sino que debe enseñarnos a maravillarnos de la vida, a ser compasivos y a buscar lo Supremo.

La prevención de estos horrores y destrucciones siempre en aumento depende de cada uno de nosotros; no de tal o cual organización o plan de reforma, ni de ninguna ideología, ni de la invención de mayores instrumentos de destrucción, ni de ningún jefe o dirigente, sino de cada uno de nosotros. Para comprender el caos y la miseria mundiales, tenemos que entender nuestra propia confusión y dolor, pues de éstos provienen los más vastos problemas del mundo.

Y para entenderlos tenemos que mantenernos constantemente en estado de conciencia alerta y meditativa, lo cual no permitirá surgir las causas de la violencia, del odio, de la codicia y de la ambición; estudiando dichas causas sin identificación, serán trascendidas. Nadie, salvo nosotros mismos, puede conduciros a la paz. No hay más jefe ni sistema que pueda poner término a la guerra, a la explotación y a la opresión, que nosotros mismos. Sólo con nuestra reflexión con nuestra compasión y con el despertar de nuestra inteligencia, podrá establecerse la paz y la buena voluntad.

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