El último en saber

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



"When a man loves a woman, he's the last one to know.(…)", reconozco lo que, meliflua voz ronca, Michael Bolton hace nacer a los oídos del mundo. Y sí, tiene razón, me digo. Cuando un hombre ama a una mujer, él suele ser el último en saberlo. Claro, pues primero lo sabe ella, claro. Aquí he dicho muchas veces lo que pienso sobre el amor, exponiendo la estructura de toda la red de contradicciones al respecto que me poseen, el caos ordenado que me hace pensar y volver a pensar sobre el asunto hasta casi entenderlo, sin lograrlo. Y en ello me sostengo: me siento orgulloso de no otorgarle al sentimiento amoroso -como no lo tiene la existencia mientras dura- un punto de final significancia.

En estos días leo y estoy bajo la influencia de "La tía Julia y el escribidor", libro del peruano Vargas Llosa que tenía pendiente desde hace años. Me ha gustado. Marito escribió este libro con la valentía del que no tiene miedo de utilizar hasta el más mínimo ingrediente de su vida propia para aderezar sus obras. Así, narra -perfeccionándolos- los episodios que rodearon aquel amor suyo de la primera juventud, que terminó en matrimonio, con una tía "política" boliviana. (A propósito: empecé a escribir más de una vez sobre Bolivia y la cobarde ofensa que los gobiernos de algunos países europeos le infligieron, pero me aburrí rápido, y preferí hablar del amor, ¿qué se le va a hacer?).

Vargas Llosa expone un interesante leitmotiv en este libro, creo: no hay edad para amar. Interesante, ¿no? No, no lo es. Ya es algo trillado, y lo trillado no es interesante. ¿O sí?, ¿O es posible que, como en la letra de esa iletrada canción (música, música) del llano venezolano que tanto me gusta (Caballo viejo), exista la posibilidad, más allá de los años del protagonista masculino, de que "si una potra alazana caballo viejo se encuentra, el pecho se le desgarra, y no le hace caso a falseta, y no le obedece al freno, ni lo paran falsas riendas"? En este caso, nótese, el pobre hombre-equino tampoco sabe que está enamorado, y simplemente se resigna a dejarse llevar por el impulso. Sí, el último en saber.

Desde que era muy niño he pensado en el amor con el mar en la conciencia. Tal vez sea eso así por haber nacido al lado del océano. El mar (el nuestro, el que conozco), cuya agua nunca ha sido azul, sino amarillenta, es sin embargo celeste merced al reflejo del cielo despejado, cuando está despejado. ¿Cuál es el problema de que sea una mera ilusión su color, si siempre que recordamos al mar lo hacemos pensando en el azul, y no en el amarillo ni en el verde? Ninguno. Ahora siento de pronto la lejana brisa atlántica, con yodo disuelto viajando en el calor del aire, y mi cara se estremece con el recuerdo de una situación no vivida nunca, no obstante real y presente como un golpe. Marina la brisa que me corta la respiración, marina la luz que me enceguece, marina el agua del mar que ya no es azul sino naranja, pienso, y me río. Y entonces comprendo que es realmente una estupidez genética eso del amor; y es una condena ser hombre y padecerlo, y es peor todavía ni siquiera ser consciente de él y, de nuevo, padecerlo. Hay que reírse, sin remedio: el último en saber suele ser también el primero en reconocerlo. Y en burlarse de sí mismo.