La primavera y el otoño de los dictadores

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



El profesor Cronin me escuchaba con mucha atención ante la mirada estupefacta de mis compañeros, que no daban crédito a lo que yo estaba diciendo y no sabían si estaba hablando en serio.

Este intercambio se daba en la universidad pionera en el mundo en el tema de la globalización, Thunderbird en Glendale, Arizona en donde hice una maestría.

La tesis que le planteaba al profesor era que la idea de democracia como la concebimos los occidentales, especialmente el modelo estadounidense, no necesariamente era deseable en países ajenos a esta tradición.

Le decía que las condiciones propias de cada nación son las que determinan que tipo de gobierno es el más apto para permitir que la sociedad funcione y logre bienestar. En estos temas, corremos el peligro de creer que lo que nosotros pensamos que es bueno y que funciona para nosotros es lo deseable para los demás.

En concreto, la idea de democracia se sustenta en ciertos valores culturales que incluso determinan la actitud de los ciudadanos frente a la actividad económica-productiva. Cierto es que la democracia tiene varios matices, pero en occidente existe consenso casi que generalizado de que la compañera ideal es un sistema de libre mercado.

Le planteaba yo al profesor, que en aquellas sociedades en donde la idea de democracia o incluso la de libre mercado son foráneas, imponer la democracia tiene generalmente efectos nocivos, y que por eso las sociedades en donde esto se ha hecho transitan tortuosos procesos políticos que pueden durar décadas.

Por otro lado, nuestra idea occidental de bienestar social, estrechamente asociada con la acumulación de bienes materiales, no necesariamente es deseada en algunas sociedades; consecuentemente las metas propuestas por la democracia y el libre mercado van en contravía de estos valores culturales.

Lo que ha acontecido en los últimos tiempos en el Medio Oriente, sociedades todavía tribales y con muchas divisiones y pugnas étnicas y religiosas, está generando caos y violencia. Instintivamente en Occidente rechazamos los regímenes dictatoriales porque atentan contra nuestro ideal de libertad, pero en sociedades tan fragmentadas, a veces es la única forma de mantener el orden es por medio de una dictadura.

La caída de los hombres fuertes de Medio Oriente, que todavía no termina, la mal llamada primavera árabe, es un proceso que en la realidad está demostrando ser traumático para esas sociedades.

Desde el intercambio sostenido con el profesor, mi pensamiento al respecto ha evolucionado y hoy considero que los sistemas de gobierno obedecen a una evolución, cuyo punto de partida ha sido históricamente un control férreo del grupo por un jefe que no es elegido por sus pares, y que al final de esa evolución está la democracia en alguno de sus sabores.

Los tiranos se dan más naturalmente en las sociedades inmaduras en donde la necesidad de mantener el orden por la fuerza se hace necesario. En la medida en que los asociados maduran y ya pueden funcionar sin el condicionamiento permanente de la fuerza, el péndulo se mueve a favor de la democracia y de la libertad. Cada cosa a su tiempo.

De alguna manera he hecho referencia a esta tesis antes al referirme a Colombia, cuando he expresado que las diferencias entre las regiones hace que para muchas la elección de alcaldes y gobernador sea indeseable y dañina.

Este proceso explica desajustes como el que está sufriendo Egipto. Mubarak fue el hombre fuerte por treinta años, mientras que Mursi duró un parpadeo. Mubarak fue capaz de brindarle a su país un periodo de relativa tranquilidad y prosperidad económica, mientras que Mursi fracasó.

Este tema es siempre uno de los grandes retos para las potencias occidentales en el manejo de sus relaciones con otras latitudes, especialmente Medio Oriente y África, cuando deben por puro pragmatismo tratan de adivinar cuál de las facciones en guerra es la que está en condiciones de garantizar el orden social y una relativa paz. Lo que a veces implica hacerse el de la vista gorda con respecto a las múltiples atrocidades y genocidios que se cometen.

Occidente a pesar de querer un mundo libre y democrático, también que en algunas circunstancias el orden a cualquier precio es preferible para las sociedades que el caos total.