La liberación de Arias

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Francisco Galvis Ramos

Francisco Galvis Ramos

Columna: Contrapunto

e-mail: contrapunto@une.net.co



Cuando la conocí vino a mi memoria la frágil figura de Édith Piaf, la portentosa intérprete de La Vie en Rose. De talla mínima, tez broncínea, rostro iluminado, mirada que desnuda un alma limpia, como Piaf a veces triste.

Fue en Villavicencio en mi época de magistrado. Era ella juez penal del Circuito, para verla pasar después por la dirección de Fiscalía de allá y por la magistratura penal en Medellín y Bogotá. Doctora en Derecho Penal. Va camino de la Corte Suprema sin romperse ni mancharse, sin necesidad de un crucero.

Me refiero pues a Patricia Ramírez Torres. Lo suyo no es el partidismo. En constante ascenso por mérito y esfuerzo de ella hacia la cima de la resbaladiza cucaña, según la conocida expresión del viejo Disraeli. No es brazo político de nadie en la judicatura, obra por cuenta y riesgo propio.

Cuando advertí que sería quien decidiría sobre la libertad de Andrés Felipe Arias, me llené de confianza y esperé lo mejor. Que esta vez sí habría una decisión independiente, como independientes deberían ser todos los jueces y fiscales en toda circunstancia y frente a todos los hombres para la aplicación de la Constitución y las leyes.

La libertad, el bien más preciado para todo ser racional o irracional. Estamos hechos para volar libres por el universo, salvo las excepciones conocidas.

Lo que venía ocurriendo con la libertad de Andrés Felipe Arias constituía una infamia, una danza macabra. Un oprobio para el aparato judicial en su conjunto, puesto al servicio de las bajezas de la política partidista, de las sacadas de clavo, de la persecución judicial en caliente, del ideologismo de izquierda y, por qué no, una posible sucesión de venalidades.

No soy amigo, ni conocido del economista Arias Leyva, solo que una vez alterné con él en sonada asamblea conservadora en casa del doctor Suárez Mira, para oponerme a su precandidatura presidencial por las poderosas razones que allí expuse, relevantes para entonces.

Se impuso mi posición y se declaró la libertad de acción frente a los precandidatos. Hasta ahí llegó, le hicieron falta esos votos y Noemí Sanín ganó la candidatura, con quien tampoco estuve siendo mi amiga. La mía era Marta Lucía Ramírez a quien no desamparó desde antes. El doctor Arias partió sombrío, extendió la mano a todos, menos a mí. Parte sin novedad. La política es dinámica, solo que para algunos afortunados es inercia pura.

Relato aquello para darle pleno valor a estos renglones, porque he aprendido a quererlo en su travesía por la calle de la amargura, a apreciar el valor intrínseco que tiene y ahora pondero su entereza, su runa, su inmensa capacidad de resistir todas las ignominias juntas, parado sobre sí mismo, disparadas desde los cuatro puntos cardinales con tesón digno de mejores causas.

Dados la manera accidentada que ha tenido la investigación y el juicio, las injerencias extrañas, lo que ha sido el viacrucis por gracia de la mandadera fiscal samperista, a Andrés Felipe Arias más que haberle concedido la libertad de acuerdo a las normas, ha sido objeto de una liberación sin intervención del Gaula, porque secuestrado estaba por el Estado.

No obstante que esté inhabilitado para ejercer funciones públicas, su liberación podría tener incidencia en el curso inmediato de la política nacional. O eso, ¿también lo hará peligroso para la sociedad? Esperemos.

Tiro al aire: como dijera Gilberto Álzate Avendaño, "Nadie sabe de la cantidad de guijarros que se necesitan para levantar un pedestal."



Más Noticias de esta sección