Los delincuentes de la justicia y la justicia de los delincuentes

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Desde hace varios años los abusos, la corrupción, la ineptitud vienen rondando a nuestra rama judicial. El escándalo de la presidente viajera de la Corte Suprema es tan solo una nota marginal en una ya larga lista de escándalos. La sal se corrompió hace rato.

No soy tan iluso como para pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero en lo referente a nuestras altas cortes, este si es el caso. Los magistrados no ganaban los millonarios sueldos de hoy, y tal vez por eso, aquellos que aceptaban tan alta dignidad lo hacían por amor al derecho y por vocación de servicio al país.

La mayoría de ellos fueron magistrados intachables que entendían la dignidad de sus cargos y sus responsabilidades, las cuales incluían ser modelos ante sus conciudadanos, y no solo un ejercicio dialectico de sapiencia jurídica plasmada en fallos.

Hoy, con tantas altas cortes inservibles, con numerosos puestos para repartir y con salarios y prebendas escandalosas, el que aspira a tan alta dignidad, lo hace más por amor al dinero y al poder que por vocación de servicio. No todos, claro está.

Alguien decía que dizque este iba a ser el siglo del gobierno de los jueces, y ojalá esté equivocado. El que gobiernen los jueces no implica que gobierne la justicia. Así como vamos, sería el mismo circo de siempre con payasos nuevos.

Una sociedad que no puede mirar a sus jueces como faros de rectitud es una sociedad que carece de modelos a imitar. La cosa se pone fea cuando el ciudadano de a pie desconfía de sus jueces y de la justicia, lo cual quiere decir que la última línea de resistencia contra la corrupción y la inmoralidad fue derrotada.

Reflexionemos si este es nuestro caso.

Si la justicia no funciona y la censura social es casi inexistente, entonces ser delincuente se convierte en un tremendo negocio. Antes había mucha impunidad, hoy la sigue habiendo, y cuando supuestamente se hace justicia, las penas son tan irrisorias que dan pena.

Por ejemplo, tenemos narcos, que después de pagar penas irrisorias, quedan tapados en plata. Tenemos políticos condenados por variedad de delitos que disfrutan de jugosas pensiones, y así sucesivamente. ¿Dónde queda la sanción ejemplarizante?

Antes el delincuente era marginado socialmente, pero hoy ser delincuente es lo más normal. Eso sucede hasta en las mejores familias. Las cárceles se han convertido en exclusivos clubes sociales con chefs, comilonas, parrandas y sexo caro; y cuando les va mal, les dan la casa por cárcel.

Con razón cada día hay más y más candidatos a cometer todos los tipos penales consagrados en nuestra normatividad. Si es que los atrapan, pues pagan una pena ridícula en un club social bien agradable y cuando salen, el fruto de sus crímenes les da para que vivir lujosamente por varias generaciones.

Y cuando salen del club, la sociedad los acoge como si nada hubiera pasado. La cosa es grave cuando el delincuente no sabe o no cree que actúa mal sino que simplemente es más astuto que el resto. Ya no estamos formando personas de provecho sino personas aprovechadas, que no es lo mismo.

Así estamos estimados conciudadanos. Nuestro sistema de justicia y sus actores más importantes, tales como Fiscalía, Procuraduría y por supuesto nuestros honorables magistrados, son duchos en el manejo perverso del inciso y del artículo para hacer de las suyas, cuando no punta de lanza al servicio de turbios intereses políticos.

Es urgente una reforma a la justicia, no porque ésta sea la panacea para todos los males sino porque es comenzar a caminar en el camino correcto. Sin embargo, de poco nos sirve cambiar el piano por uno mejor cuando el problema es el pianista. Necesitamos un mejor piano pero que solo puedan tocarlo pianistas virtuosos. En otras palabras, una reforma a la justicia sería inocua si no ayuda a depurar el sistema de las manzanas podridas y a mantenerlo esterilizado.

Si hacemos una buena reforma al sistema de justicia, de pronto conseguimos que algún día media Colombia deje de ser gobernada desde La Picota, y que se acabe la vagabundería de que la mejor rumba y la mejor comida de Colombia, entre otros placeres sibaríticos, sean la condena impuesta a nuestros peores criminales. ¡No hay derecho!