Odio

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



Entre tantas controversias ígneas despedidas por lenguas de fuego desde diferentes orillas e ideologías e intereses económicos que compiten como fieras, y desde diversas religiones y géneros y orientaciones sexuales y razas y clases, y desde múltiples dirigentes y minorías y disidentes y opositores y gobiernistas; entre tantos clamores y protestas y marchas y huelgas y plantones y grafitis y paros razonados unos, exagerados otros e interesados varios; entre tantas ambiciones y celos y deslealtades y cobardías e ignominias; entre tantas diatribas, insultos, amenazas, trinos, columnas, discursos y ofensas y defensas; entre tantos dolores y vergüenzas y desesperanzas y llantos; entre tantas pasiones y apatías e indiferencias y vehemencias; entre tantos y tantos sentimientos uno ve que en Colombia lo que hay, lo que aflora, lo que humea, se trasluce, se grita, se oye, se escurre, se derrama, se mete por todos los resquicios, emana por las chimeneas, circula por calles y campos, explota, se expande y se manifiesta de cientos de maneras es algo: un sentimiento que nos está carcomiendo, que nos corroe, que nos oxida, que nos atrapa, que nos desmenuza, que nos atrasa, que nos agobia y que nos pesa.

Se llama odio.

En Colombia antes que todo, en medio de todo y después que todo, lo que hay es odio.

Odio del uno contra el otro y del otro contra el uno. Odio más que resentimientos, odio más que discrepancias políticas, odio más que reivindicaciones justas e injustas, odio más que ambiciones o que disputas salvajes por el poder, odio más que estafas y denuncias entre cómplices y enemigos, odio más que delincuencias comunes y no comunes; incluso, ¡quién lo creyera!: ¡odio más que violencias, que transgresiones a los derechos, que terrorismos, que amenazas y atentados, que masacres!, ¡odio más que cualquier vejamen!

Todo pasó al odio y dejó rezagadas sus causas; es como la llamarada que dejó el leño ardiente o el combustible, y que los consumió o apagó para solo quedar el fuego; quedó la pasión desbordada sin el manantial y sin el cauce, la pasión anuladora, ciega, imbécil, insaciable, cerrada.

Quedó el odio en periódicos, en internet, en redes sociales. Odio en la radio, en la televisión, en la calle, en la plaza pública, en las esquinas, en los cafés, en las salas de juntas, en el Capitolio, en las casas de gobierno. Odio por teléfonos, por correos, por cartas, por mensajes, por correveidiles. Odio en los estadios, en las tribunas y barras bravas, en los micrófonos. Odio en las familias y en las escuelas; odio en los negocios, en el mercado y en las empresas.

Odio que traspasó las fronteras del país al oriente y al sur para alimentarse allí y alimentar más odio de allí. Odio del carro contra el otro carro, en el semáforo, en el cruce, en el pito, en el sobrepaso, en el choque; odio en el juego, en la mesa, en el entierro, en el bautizo, en la cárcel, en el púlpito. Odio inmarcesible, odio inmortal.

¿Cómo se cura el odio? Mientras en Colombia no nos limpiemos o mejor nos raspemos o nos despellejemos el odio…, ¿qué digo?: nos exorcicemos el odio, nada, absolutamente nada podremos hacer, nada podremos construir, nunca podremos salir de la guerra y del atraso y de la inequidad.

El odio tiene a Colombia en un incendio que crece, en una explosión permanente que no deja escuchar ni razonar. Necesitamos aplacar, callar y extirpar el odio. Ese odio que se volvió costumbre y estado mental y sentimental más que rescoldo de disputas.

No hay otra salida.

¿Cómo? No sé. Entre tanto odio es imposible pensar y tener la mente clara. Entonces, quizá debamos recurrir no a la mente donde yacen las ideas sino al alma o al corazón donde yacen los sentimientos o al diván donde yacen las taras y los atavismos. O al instinto de conservación si aún tenemos algo.



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