Destellos de la ciudad luz

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jorge García Fontalvo

Jorge García Fontalvo

Columna: Opinión

e-mail: jgarciaf007@hotmail.com



21:30 horas, un miércoles cualquiera del mes abril. El cielo aparece mágicamente iluminado tras el inmenso jardín parisino que se observa a mí alrededor. Luces, miles de luces tropiezan fugazmente en torno a mí castigando enormemente mis maltratados ojos. Luces, luces de la ciudad luz que se dispersan libremente ante la sorpresa inquieta de los transeúntes. Me confunde, me confundo, estoy confundido, ¿estaré en algún paraje diferente al que me encuentro? No lo sé.

Tal vez alucine, tal vez alucinen los demás, pero no cabe duda, estoy en algún lugar diferente al que me encuentro. "Je suis définitivement dans la ville de lumière".

Continuo la marcha solitaria en medio de la espesa vegetación que me arrulla sin parar, mientras mi alma solitaria envuelta en penas, me acusa inmisericordemente atormentando el pensamiento oculto que no ha de sobrevivir un día más, ignorando mi desdicha.

Quizá el metro sea la solución a los dolores punzantes que acosan mis pies lastimados por el paso de los años. Quizá el tranvía "Saint Denis - Noisy-le-Sec". Tal vez, "un taxi "avec un chauffeur élégant au style Montmartre". Si, quizá esa sea la salida, pues el cansancio me agobia y la jornada deberá proseguir mañana sin tropiezos.

Estoy a unos pocos pasos de alcanzar mi transporte. Son las 21:35 horas. "Finalement, la Grand Route en face de moi". Solo unos pasos y, "Je vais marcher jusqu´à la maison". Esta es la ciudad luz no lo olviden, aquí cualquier cosa puede suceder.

Alcanzo la avenida, ya estoy a un paso. Oh no, verdaderamente es la ciudad luz. Sin embargo, no son los reflectores de la Tour Eiffel, ni la magnificencia "de la Lune Argentée". Mas bien, son gigantescas llamaradas enrojecidas que destilan hollín por encima de las azoteas de los edificios, y por sobre las cabezas de quienes tienen el infortunio de transitar a esta hora de la noche por la peligrosa Troncal del Caribe.

Nuevamente, por tercera ocasión en cinco días, deberé caminar en medio de una cadena de terror motorizado que circula amenazadoramente a lo largo de la congestionada vía, únicamente, para acceder a algún tipo de transporte público en La Lucha o frente al colegio Rodrigo de Bastidas.

Bueno, y si también la delincuencia y las torres de llantas incendiarias distribuidas peligrosamente alrededor de La Bolivariana, Mamatoco, La Quinta de San Pedro Alejandrino y el Inem, me lo permiten.

Ya no sé que me produce más temor: la locura e imprudencia de algunos locos al volante (especialmente mototaxistas desadaptados), los enardecidos manifestantes (armados con garrotes en algunos casos), o aquellos mensajeros de la muerte que asesinan por un miserable celular en una ciudad sin ley.

Por un momento pensé que mi sueño se hacía realidad: caminar desprevenidamente por las calles enigmáticas de la ciudad luz. Sin embargo, ahora sé que París tendrá que esperar por mí un poco más. Porque ahora simplemente debo conformarme con las luces enrojecidas y el hollín asfixiante que procede de las gigantescas teas que, por causa del abandono estatal, la gente sufrida de mi ciudad luz debe encender para reclamar sus derechos.

Además de la ineptitud de los gobernantes, oigan bien, la violencia, el terror, la anarquía, el hambre y la pobreza destructiva que azota a mi querida ciudad, ahora los samarios nos vemos también en la necesidad de caminar cientos de metros evadiendo carros, delincuentes y gigantescas llamaradas para llegar a nuestras casas a altas horas de la noche, solo para poner en agua tibia nuestros pensamientos agobiados por el cansancio y la injusticia.

Hasta este punto hemos llevado a nuestra querida tierra, gente samaria. Quizá hasta un punto que no permita un retorno feliz. De verdad te hemos hecho daño Santa Marta. Que Dios y tú perdonen nuestra incapacidad para ayudarte a sobrevivir, y bendita seas por siempre entre todos los pueblos del planeta.



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