Una corta historia de Medellín

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



Medellín está de moda luego de la distinción como ciudad más innovadora del mundo. Por estos días todos corremos a contar cosas buenas y hasta malas de la ciudad.

Hubiera llegado o no, ese reconocimiento ya lo sentíamos muchos medellinenses y colombianos sin desconocer las carencias que aún agobian. El hecho es que sobre Medellín hoy escriben, cantan, hablan y ladran Sancho. Yo no seré la excepción y voy a contar brevemente una corta historia.

Corría el final de 1999. Al azar nos fuimos juntando algunos medellinenses inquietos por nuestra ciudad. De a dos, de a tres, de a cinco, a veces los mismos, a veces otros y en diferentes escenarios. Pero nos unía la preocupación por la suerte de Medellín. Veíamos muchas falencias, veíamos venir el cambio mundial y queríamos una ciudad diferente.

Cuando nos encontrábamos había un motorcito común: ¿vamos a seguir quejándonos y manifestando lo que queremos para la ciudad en reuniones, foros, escritos y documentos?

Esos dos, tres y cinco ya éramos sesenta en los inicios del 2000, con Sergio Fajardo como cabeza. Discutimos sobre si solo íbamos a girar en torno a una candidatura de Fajardo a la Alcaldía de Medellín. Un debate serio y clave, pues algunos pensaban que ese no debería ser el primer paso y otros que sí, todos con razones de peso. Yo estaba entre los segundos, pues era una forma de crecer, de ejercitarnos políticamente, de empezar a influir, de impregnar de pasión el proceso y de conformar y formar bases.

De todas maneras, teníamos claro que el proyecto no era simplemente para buscar el poder. Este era un medio, sí, pero el objetivo era una propuesta social y política de largo aliento con la educación como hilo conductor con diferentes potenciadores: la ciencia, la tecnología y la innovación, la reivindicación del espacio público como aula ciudadana máxima y otros aspectos afines.

En resumen, no queríamos solo un ejercicio académico ni una escuela de líderes pero tampoco un mero ejercicio electoral. Juntamos las tres concepciones convencidos de que las dos primeras eran las claves y de que la tercera era una estrategia, en ese momento aún débil para ganar las primeras elecciones que enfrentábamos, lo cual nunca disminuyó el optimismo y la pasión ni impidió que surgieran esperanzas. Fundamos el movimiento Compromiso Ciudadano en la mitad del año 2000 y participamos en las elecciones de ese año con candidato a la Alcaldía y cuatro listas al Concejo, una de las cuales encabezó este columnista.

Perdimos en votos pero ganamos experiencia. Era previsible. Sin embargo, ese primer envión no fue solo un aprendizaje: plantó firmemente un hecho político en la ciudad con 60.000 votos conseguidos de manera diferente, caminando la calle, con los medios en contra y muy poco apoyo, pero con un inmenso entusiasmo. Pasaron tres años y ganamos.

Hubo otra clave que aún perdura: La actitud de no estar contra nadie; no era un antiproyecto. Criticábamos lo malo cuando era necesario para construir y dejar las cosas en claro, denunciábamos como deber político y ciudadano, pero ese no era nuestro estilo ni nuestro desvelo.

La pequeña historia que acabo de contar no significa que todo este sueño empezó allí. Nosotros solo adecuamos con amor y convencimiento una ruta que ya venía, supimos encausar grandes potencialidades humanas y tecnológicas, el trabajo de muchos alcaldes, de ciudadanos, de empresarios grandes y pequeños.

Canalizamos esa historia en un proyecto, le dimos nombre, unidad y voluntad política. Pero es un sueño y un logro de muchos en el tiempo. De hecho, ese proyecto lo han continuado con creces las dos administraciones que han seguido a la de Sergio Fajardo, cada una con su impronta.

(En este proceso hay una carta de 1999 poco conocida que volví a releer cuando supe del reconocimiento...)