Anacronismos y nobles bestias

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Los dos amigos habían salido temprano para Bogotá. Uno de ellos ya conocía la ruta, pues una vez tuvo que hacer ese viaje, iniciado en un bus de Cosita Linda y continuado dentro de un Copetrán, empresas que por esos tiempos competían con Brasilia. El 'Primo', como el veterano llamaba al bisoño, jamás había emprendido un recorrido tan largo.

Su experiencia se limitaba al trayecto Manaure-Riohacha; de vez en cuando se aventuraba hasta Bosconia y eso le parecía sumamente extenuante. Así, pues, el veterano se convirtió en guía de su primo y varias veces tuvo que despertarlo para ilustrarlo sobre algún sitio de importancia. "Mire, primo, -le dijo- ese puentecito que usted ve allá es un monumento nacional". Lo señaló con el dedo y continuó: "Debajo de ese puente se dieron plomo Simón Bolívar y Cristóbal Colón". El primo, sin ánimo para preguntar, cerró de nuevo los ojos y cuando despertó ya estaban en las calles del norte de Bogotá.

Este relato de un hecho rigurosamente cierto da pie para explicar qué es un anacronismo: "Error que resulta de situar a una persona o cosa en un período de tiempo que no se corresponde con el que le es propio". En efecto, Cristóbal Colón (1451 - 1563) nunca hubiese podido encontrarse con Simón Bolívar (1783 - 1830). Otro ejemplo de anacronismo se aprecia en una de las primeras versiones para televisión de la novela 'María'. En una de las imágenes de los protagonistas principales -se supone que en la hacienda 'El Paraíso'- aparecen unos postes del alumbrado eléctrico. Es un detalle que puede pasar inadvertido para muchos espectadores, pero no deja de ser una falla de quienes deben velar por la verosimilitud de la obra.

El tema de estas Acotaciones me viene a la memoria ahora porque hace apenas dos semanas escuché en un programa radial de una de nuestras emisoras la intervención de un comentarista. En medio de la algarabía que es costumbre en estos espacios, cuando uno de ellos pudo al fin hacerse oír, expresó, refiriéndose al encargado oficial del deporte en el Distrito: "Ese funcionario es como el caballo de Troya, que donde pisaba no volvía a crecer la hierba". En esa infortunada expresión hay mucho más que un simple anacronismo. Lástima que la extensión de una columna periodística no permita explotar todo lo que podría obtenerse de tamaño despropósito.

Pero sí podemos sacar espacio para ilustrar a los lectores sobre la famosa frase. Se le atribuye a Atila, rey de los hunos y conocido como 'el azote de Dios'. No se refería él en forma concreta a uno de los seis caballos que estuvieron a su servicio y a lomo de los cuales invadió el imperio romano de Oriente y la Galia; el más famoso de sus nobles bestias se llamó Othar. Quien causaba desolación y exterminio no era su caballo de turno sino el propio Atila. En este caso, si vamos a los adornos de los que se vale la literatura, diremos que se toma el instrumento (caballo) por el agente que causa el efecto (jinete Atila).

A propósito del tema que nos ocupa, es bueno recordar que muchos personajes de la historia universal son recordados no tanto por lo que hicieron sino por sus fieles compañeros de batalla. Babieca es tan famoso como su dueño, el Cid. Rocinante va unido siempre a Don Quijote. No separamos a Bucéfalo de Alejandro Magno.

Algunos de estos equinos han quedado en el olvido; pero Mahoma estuvo siempre agradecido por los servicios que le prestó Lazlos, su primer caballo. Sería injusto no mencionar en este desfile a Pegaso, cabalgadura de Zeus, a Strategus y su propietario, Aníbal, y a Incitatus, el caballo de Calígula. El nombre de Simón Bolívar se asocia a su famoso corcel Palomo.

La pregunta que se impone es esta: ¿Qué relación existe entre los caballos mencionados y la ocurrencia de anacronismos? Lo que deseamos criticar es la ligereza o el poco rigor con que se afirman hechos que en el tiempo van separados por años y, muchas veces, por siglos. El episodio del caballo de Troya, con el cual los soldados engañaron a los troyanos habría ocurrido, según lo relata Homero en La Ilíada, entre los siglos XVI y XII antes de Cristo.

Las gestas de Atila sobre sus caballos datan del siglo V de nuestra era. Esta aclaración, sin agregar que el caballo de madera abandonado por los griegos en Troya no podía dejar huella en ninguna parte. Por último, vale la pena aclarar también que lo de 'noble bestia' no se utiliza aquí con doble intención: con el apelativo 'noble animal' generalmente se alude al caballo, aparte del uso malévolo que las suegras dan a esa conocida expresión.