La muerte del dictador

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Juan Echeverry Nicolella

Juan Echeverry Nicolella

Columna: Purgatorio

e-mail: juanecheverry@hotmail.com

Twitter: @JPEcheverry



"No habrá luto nacional, hoy murió un dictador, un corrupto. Yo no pateo perro muerto", dijo Hugo Chávez tras la muerte del Presidente venezolano Carlos Andrés Pérez.

Es inevitable recordarlo hoy que exigen a los demás luto y respeto por su muerte. Los demás que él nunca se preocupó por respetar.

Como católicos no podemos alegrarnos por la muerte de nadie, pero tampoco podemos caer en el juego del adagio popular diciendo que "no hay muerto malo". Siendo demócratas sería impreciso recordar a Chávez como algo más que un dictador negador de las libertades individuales y políticas.

Nuestro Nobel Gabriel García Márquez, cercano a los líderes de izquierda latinoamericana, afirmó de Chávez que tenía dos caras: la de "un ilusionista que podría pasar a los libros de historia como otro déspota más. Y una a la que los caprichos del destino habían ofrecido la oportunidad de salvar a su país". Y tenía razón, pero son dos caras de la misma moneda. Hugo Chávez desaprovechó la oportunidad de cambiar positivamente la realidad de su país. Y la Venezuela que deja es la de un país destrozado en lo económico y dividido en lo social luego de 14 años de gobierno.

Intentó siempre ser un agitador poco convencional y en eso sí que tuvo éxito. Provocó a la primera potencia mundial desde todos los ángulos y se desmarcó de la influencia de Estados Unidos. Pero a cambio se convirtió en amigo de Gadafi en Libia, de Ahmadineyad en Irán, de Bashar Al-Assad en Siria y de los Castro en Cuba.

En Latinoamérica un montón de líderes lloran también su fallecimiento, pues ya no podrán seguir haciendo política y viviendo a costa de los venezolanos tan fácilmente. Desde La Habana hasta Buenos Aires se han repetido discursos elogiando la cooperación y la solidaridad internacional del chavismo. Pero han olvidado que sus ayudas pasan por encima de las necesidades del pueblo venezolano que es titular y soberano de sus propios recursos.

A Colombia Chávez la deja con un proceso de paz sin terminar que él mismo propició y al que los colombianos no le creemos. El gobierno colombiano perdió al más importante interlocutor que tenía con las Farc para su embeleco de firmar la paz a cualquier costo. De ello se derivan dos consecuencias: la primera es que manteniendo fresca la influencia de Chávez, Santos decida apresurarse a firmar acuerdos rápidamente, que por la velocidad tendrán que ser a espaldas de Colombia. La otra indica que el proceso se extienda y se deteriore por falta de apoyo político internacional. En cualquiera de los dos casos la falta del líder venezolano no le conviene al proceso de paz y por conexión tampoco a Santos y a su reelección.

Se entienden entonces los elogios de Santos a su homólogo en el mensaje póstumo cuando dice que Chávez ha hecho grandes aportes a la paz de Colombia. Sin embargo Santos falta a la verdad: está en el recuerdo cuando nos mandaba 10 batallones a la frontera y desplegaba los aviones Sukhoi. Están en los archivos de la denuncia de Colombia ante la OEA las pruebas que demostraban el asilo que les daba Chávez a las Farc en su territorio.

Mientras Venezuela sale del asombro por el efecto de la noticia que ya parecía ser un secreto a voces, se hablan de próximas elecciones. Pero no sería extraño que los hijos de la dictadura vacilen en entregar el poder como corresponde. Ya violaron e irrespetaron nuevamente la Constitución con el nombramiento de Maduro como Presidente encargado y no de Cabello - Presidente de la Asamblea Nacional - como manda la Carta Magna.

El futuro de Venezuela dependerá en gran parte de que no amañen las próximas elecciones y yo lo dudo. Mientras tanto lo más grave: la oposición permanece dormida y dividida.

Ñapa:

Ojalá con él desaparezca también esa forma de hacer política que irrespeta derechos; acomoda reglas de juego; manipula la división y el balance de poderes; obliga por medio del aparato militar, controla el poder electoral y maneja la economía a su antojo confundiendo la alta gerencia del Estado con la administración de una tienda de baratijas.