La Loca

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



Todos los grandes fenómenos de la naturaleza siempre me han producido una inmensa atracción mezcla de admiración y temor. Su poderío fatal e inexorable me hace sentir infinitamente pequeño pero a la vez me emociona y asombra por su belleza, majestuosidad y misterio.

Uno de esos fenómenos es La Loca, la brisa que se forma en Santa Marta y que oronda e impertinente circula por sus calles, playas, cerros, campos y cielo. Con el cambio climático hoy llega cuando quiere en la época menos pensada del año, y por oleadas, a veces fuerte, fuertísima, a veces menos fuerte y a veces suave. Cuando no hay es otra Santa Marta sin tranvía y sin brisa que produce cierta sensación de estafa.

El fenómeno lo explican así: los vientos alisios que llegan del noroeste por el mar Caribe luego de nacer en África y cruzar el océano Atlántico, chocan con esa mole gigantesca que es la Sierra Nevada de Santa Marta; al tropezar se repotencian con el frio paramuno y se devuelven resbalados Sierra abajo hacia el Caribe y Santa Marta; en esta ciudad y sus alrededores colisionan con otros alisios que van llegando y ello produce un revoltijo de vientos orates que soplan extraviados en diversas direcciones. Por eso la llaman Loca.

Esos alisios…, celestinos del encuentro de dos mundos, motor de tres carabelas y luego de cientos de naves que trajeron espejitos, una lengua, enfermedades y varias guerras, y que se llevaron oro, paz, frutos, colores y guacamayas; esos alisios que hacen amable al Caribe pero que también se embravecen en vengadores huracanes.

La Loca es el temor de los equipos de fútbol que vienen a jugar a Santa Marta; es el mejor jugador del Unión Magdalena -por algo llamado el Ciclón Bananero- pues sus jugadores son los únicos que comprenden su entrecruzada jerigonza.

Cuando La Loca llega las mujeres sufren con sus faldas y vestidos y los hombres con sus gorras y sombreros. Es imprudente y juguetona aunque en ocasionas causa graves daños al derribar árboles y echar a volar techos. Es un telúrico tejido de torrentes aéreos; un sismo de aire que puede ir de dos a ocho grados en la escala de Eolo.

La Loca forma una infinidad caleidoscópica de sonidos desafiantes al pasar entre las ramas de los árboles, al arquear las palmeras y doblar las esquinas, al frotar ventanas y barandas, al estremecer vidrieras y puertas, al colarse por rendijas, al encajonarse entre las calles besando con pasión los balcones y los alares de los tejados. Cada superficie, cada escollo que encuentra es un instrumento musical que le arranca sonidos diferentes, inéditos, miles de sonidos hijos de su ulular serrano y Caribe. Es una sinfonía que aunque monumental cumbia bien podría ser de Beethoven por su fuerza estentórea y salvaje.

A veces, tarde en la noche, cuando me enfrento solitario con su poder eólico y con su energía planetaria, cuando somos ella y yo, siento que algo me quiere decir, que me trae mensajes de la Sierra, que me quiere confesar secretos milenarios y quejas palpitantes de esa montaña mágica y misteriosa, secretos que le ha arrancado a la espesura, a las tumbas, a sus decenas de ciudades por fortuna aún escondidas. Yo la he oído lamentarse y llorar. Y a veces siento que del otro lado también me trae salinos mensajes del mar, de barcos perdidos, de buques fantasmas, de pescadores extraviados buscando el gran pez; mensajes recogidos en esa larga travesía por el inmenso Océano, e incluso, quizás, algún recado lejano de las costas de África.

La Loca refresca, asusta, alegra e inspira.

Es media noche: en este momento La Loca es tan fuerte que perturba mi alma y se lleva partes de mi poema mar adentro donde no sé cuál pirata o capitán las recoja y se las tome como tragos de ron o las tire por la borda como polizonas.