Escrito por:
José Vanegas Mejía
Columna: Acotaciones de los Viernes
e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es
Muchos hechos de importancia tuvieron ocurrencia en el mundo un día como hoy. Unos nos interesan más que otros, como es natural. Recordemos que el 8 de febrero de 1587 murió María Estuardo, reina de Escocia. Pedro el Grande murió en 1725 y asumió el mando Catalina I de Rusia. En 1920 nació Lana Turner, actriz estadounidense. Cinco años después, en 1925, vino al mundo Jack Lemmon, actor cómico de los Estados Unidos. Diez años más tarde, en 1935, nació James Dean, rebelde ícono del cine juvenil norteamericano y mundial. También en una fecha como esta, la navegante inglesa Ellen Mac Arthur, después de 71 días completó una vuelta al mundo en un velero de 25 metros de eslora. Pero hoy nos dedicaremos solo a honrar la memoria de un gran escritor universal.
Con el pretexto de recordar a Julio Verne, los docentes de español y literatura podrían, o mejor, deberían inculcar al estudiante la costumbre de leer. Y nada más oportuno que situar al niño o adolescente frente a las obras del escritor a quien se considera el fundador de la moderna literatura de ciencia-ficción. Este tipo de literatura, con sus relatos sorprendentes de aventuras e inventos que dejaban atónitos a los niños y jóvenes de hace algunas décadas, debe su auge a escritores que, para la época actual, han pasado a formar parte de los gratos recuerdos. Este año escolar sería bueno que los profesores de los grados seis y siete se convirtieran en testigos presenciales (llamémoslos cómplices) de la amistad entre sus alumnos y los escritores de obras como las que hemos señalado. También podrían convidar a Emilio Salgari, Jack London, Herman Melville o Robert Louis Stevenson, sin descartar las producciones literarias amenas de nuestros escritores. Después de establecer estos lazos perdurables, el educando tomará por su cuenta su propia responsabilidad y se adentrará cada vez más en el mundo de los libros.
La mayor parte de las obras de Verne fueron ciencia-ficción. Actualmente se las mira como precursoras de muchos inventos y descubrimientos que la ciencia ha hecho realidad. Pero poco se habla de dos obras publicadas después de la muerte del autor. Son 'El eterno Adán' (1910) y 'La extraordinaria aventura de la misión Barsac' (1920). En ellas Julio Verne se muestra escéptico y preocupado por los resultados que el desarrollo de la ciencia y la tecnología pueda producir sobre la especie humana. Paradójicamente, son las mismas preocupaciones que nos desvelan después de más de un siglo del fallecimiento de Julio Verne.