Adiós a las armas

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Las armas últimamente han estado en el ojo del huracán en el mundo por cuenta de matanzas recientes, principalmente en los Estados Unidos, de personas inocentes, y en Colombia por cuenta de los muertos causados por balas perdidas.

El debate sobre las armas se centra entre prohibirlas o no, y ambos lados tienen buenos argumentos para defender sus posiciones. Unos quieren impedir que las armas lleguen a los malos, y los otros quieren que los buenos tengan como defenderse. Sin embargo, este debate no solo es inútil sino que además desvía la atención del problema real.

Las armas son neutras y pueden estar al servicio del bien o del mal. Las armas han servido para liberar pueblos, pero también para oprimirlos o eliminarlos. Las armas no matan, matan los hombres valiéndose de armas.

El delincuente siempre tendrá acceso a armas porque arma puede ser cualquier cosa y no solo las que pensamos son armas, y además porque siempre el delincuente opera fuera de la ley. Si no hubiera fusiles de asalto, las matanzas se harían con otros instrumentos.

Los cruentos atentados de septiembre 11 se hicieron con aviones llenos de pasajeros, en Colombia se escucha casi que a diario de los "accidentes de buses". Cuando no había con que matar, Caín mató a Abel, aunque no sabemos con qué, y Sansón mató a mil Filisteos con una quijada de burro. Cualquiera que haya tenido acceso a una cárcel de alta seguridad, sabe el ingenio de los reclusos para hacer armas con los materiales más inverosímiles.

El argumento de los que no están de acuerdo con la prohibición es que si tal vez Abel hubiera tenido con que defenderse, el muerto hubiera sido Caín, que era el malo, y tal vez la historia de la humanidad hubiera sido distinta.

El debate debería centrarse en la causa del problema que es el hombre mismo, el corazón del hombre, de donde dijo el Maestro surge toda maldad. El hombre en crisis ha dado lugar a sociedades en crisis que engendran muchos seres enfermos mental, física y espiritualmente. Y es que una sociedad sin Dios, un hombre sin Dios es capaz de cualquier cosa.

El caos y el desorden engendran caos y desorden. Vivimos en sociedades en donde el hombre no es más que una bolsa química que puede dar rienda suelta a sus muchos impulsos gracias a la impunidad que le garantiza la ciencia o los estados fallidos o semi-fallidos.

El resultado de este hombre es una sociedad de familias destrozadas, de droga, sexo, dinero fácil, injusticias, enfermedades físicas y mentales, entre otras cosas. Para el hombre moderno Dios y los valores son un problema. ¿Entonces por qué nos extrañamos que estas sociedades produzcan tantos seres enfermos o malos o ambas cosas?

Es irónico que mientras el mundo se horroriza con una matanza como la de Newtown, permanece indiferente ante la carnicería de millones de los más inocentes entre los inocentes, que son los abortados.

Se me ocurre que casos como los de Newtown, o las balas perdidas o los buses accidentados, deberían llevarnos a reflexionar sobre el valor de la vida, y sobre las sociedades que estamos construyendo.

El hecho de que a la luz del derecho podamos tener uno o varios culpables, no nos permite asumir la culpa colectiva ni hacer algo al respecto.

Ojalá la prohibición de las armas fuera la solución. El asunto sería fácil. Pero, ¿qué es arma y cuáles prohibimos? Más allá de las obvias, ¿será que no hacemos más aviones ni carros, o no vendemos más cuchillos, ácidos, palos, varillas, gasolina, insecticidas ni nada que pudiera ser arma?

Lejos de mí está defender las armas pero si creo que el debate es inútil, así como lo sería una eventual prohibición.

El problema real a resolver no es cómo lograr que haya menos armas en las calles y cómo evitar que lleguen a manos de los delincuentes sino cómo construimos sociedades sanas que no engendren delincuentes.

Sin embargo, estoy seguro de que insistiremos en prohibir las armas porque mirarnos a nosotros mismos como individuos y como sociedad es un ejercicio que nos incomoda, y en ausencia de todo cinismo, podríamos vernos forzados a hacer algo al respecto. Definitivamente, los muertos que nosotros matamos no gozan de buena salud.



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