McCausland, marcó mis primeros pasos de escritor

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Escrito por:

Jacobo Solano Cerchiaro

Jacobo Solano Cerchiaro

Columna: Opinión

e-mail: jacobosolanoc@hotmail.com

Twitter: @JacoboSolanoC



Puedo decir que Ernesto me dio la confianza para ser escritor, porque en mis inicios, luego de terminar mi primera novela La Maldición de Fiorella Moratti lo busqué de forma desprevenida para que la leyera y me diera un concepto, algo que con sus múltiples ocupaciones me pareció un gesto maravilloso, máxime tratándose de un escritor desconocido, que antes no había escrito un solo párrafo. Sin embargo él, con su condición tan elegante y abierta, recibió el texto sin prevenciones y a los pocos meses me llamó para decirme, Jacobo me encantó tu novela, hay que hacerle algunos ajustes, pero es muy buena y te deseo éxitos, en un futuro tenemos que hacer la película en la alta Guajira.

Estas palabras quedarán por siempre en mi memoria, fueron luz para un escritor principiante, y mucho más después de hacer el mismo proceso con Antonio Caballero, columnista de la revista Semana, quien fue diametralmente opuesto, tosco, grosero y bastante displicente, no sé si sería por su condición rola tan diferente a nosotros o si prejuzgó únicamente porque la novela incluía el prólogo del ex presidente Álvaro Uribe Vélez, al que detesta por su orientación ideológica.

Ahí valoré aún más la calidad humana de Ernesto, que más que barranquillero era un hombre Caribe, tenía en su alma un pedacito de cada departamento de esta región llena de historias y de realismo mágico, un juglar del periodismo. Lo podíamos encontrar en Guarero, en la alta Guajira, en un desentierro Wayuu; en una casa Colonial del centro histórico de Valledupar, rodando un documental sobre la parranda vallenata; en La Plaza de Majagual, en Sincelejo, rebuscándose una historia con un butifarrero para convertirlo en personaje; a orillas del río Magdalena, entrevistando a un vendedor de pescao para hacer una de sus maravillosas crónicas; con una palenquera comiendo piña en Cartagena y extractándole todo su sentir para reflejarlo en sus historias; o en su entrañable Barranquilla, en el Metropolitano alentando a su Junior del alma.

Un profesional intachable y polifacético: periodista, documentalista, presentador, cronista, escritor y un ser humano excepcional, que se inició como cronista judicial en el periódico El Heraldo y con su trayectoria, logró conquistar Bogotá, algo que siempre será difícil para un periodista de provincia; elevó la calidad del periodismo costeño al máximo nivel con su reciente Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar a la vida y obra periodística.

Recuerdo el día en que lo conocí en casa de Gustavo Pérez, en Barranquilla, su aspecto me impactó, un hombre alto, medio misterioso pero agradable y con mucha clase, como sacado de uno de los mundos de García Márquez, podía perfectamente ser un personaje de ‘Cien años de soledad’ o de ‘El coronel no tiene quien le escriba’, eso sí, de errante contador de historias. Me causa mucha tristeza su partida, mis más sentidas condolencias a toda su familia.

Pero que me queda un gran tesoro, este texto que me regaló y quedó plasmado en la contraportada de mi primer libro: ‘‘Jacobo Solano Cerchiaro sorprende al lanzarse en el relato de esta saga familiar, con base en una historia que conoce a cabalidad de boca de los protagonistas.

Se trata de una epopeya familiar, narrada en un lenguaje directo y práctico, pero que al tiempo resulta envolvente y fascinante, el tipo de aventuras que forjaron la realidad de Colombia, todo en el ambiente mítico de La gran Guajira, bravía e inexpugnable, tachonada de fascinantes leyendas’’. Ernesto McCausland Sojo.