Alejo Durán: la grandeza de lo sencillo

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Cualquier acordeonero de hoy, incluso de su generación, le ganaría fácilmente en destreza y digitaría acordes más complejos; el pentagrama era ajeno a su ejecución instrumental, las florituras nunca adornaron sus interpretaciones.

Muchos cantantes le habrían superado en pericia vocal; su entonación, de claro carácter afro, no surgió de la academia pero interpretaba de verdad. Cualquier compositor, quizás por exigencia comercial, produciría piezas musicales más "taquilleras", con versos montados quizás, pero nunca emanadas del alma como las suyas. Con sus piezas, cualquier arreglista trazaría prolijas partituras, a lo mejor vacías de auténticos sentimientos como él los transmitió con la instrumentación básica de caja, guacharaca y acordeón.

inconfundibles bajos, "oa", "apa" y "sabroso", historias reales contadas en canciones y emociones legítimas fueron sus sellos lacrados. Muy pocos músicos han tenido la marca propia de los grandes, ese don característico que se destaca en medio de un mar de anodinos personajes. Y casi ninguno - claro, aun hay salvedades- reuniría todo al mismo tiempo con la grandiosa sencillez que tuvo Alejo Durán, en la cual se conjugaban entonaciones vocales irrepetibles con un magistral acordeón, ejecutando dentro de su simpleza armónica y sus particulares compases canciones propias con esa naturalidad que marcó el antes y el después del vallenato. Fue la esencia pura de su folclor y la espontaneidad del campesino expresada en sus romanzas y cantos de vaquería.

Trabajador raso de fincas ajenas, comenzó tarde en el arte del teclado con la dirección de su tío, el "negro Mendo" y de su padre Nafer Durán. Su entonada y recia voz tenía el ancestro de su madre Juana Díaz, cantadora de grupos de tamboras.

La música le nacía espontanea y le fluía libre a modo de canto y mediante su pedazo de acordeón, como denominó a su instrumento musical. Compartió tiempo y espacio con otros grandes cuando para brillar había que componer, cantar y tocar el acordeón al mismo tiempo: su hermano Naferito, Escalona, Don "Toba", Leandro Díaz, Juancho Polo, el "Viejo Mile", "El Pollo" Luis Enrique, Armando Zabaleta y muchos otros, a varios de los cuales interpretó en parrandas y grabaciones.

Con su fiel sombrero vueltiao a manera de corona ganó el primer Festival Vallenato interpretando magistralmente los ritmos vallenatos. En el Rey de Reyes, favorito del público pierde el título ante "Colacho" Mendoza al "pelar nota" con los bajos. El mismo Alejo detiene la ejecución y anuncia su error, declinando en favor de su rival: "Pueblo: me he acabado de descalificar yo mismo", dijo. Aun así, la gente le corona y en El Paso, su pueblo natal, organizan el Festival Pedazo de Acordeón en homenaje a su hijo egregio.

La picaresca de Alejo aparece en "La cachucha bacana", "Trago gorriao" y "La perra"; la composición espontánea se muestra en "Joselina Daza", "Para saber tocar acordeón" o "El mejoral"; el espíritu juglar, en "Alejo no ha muerto", "Altos del Rosario" o "Cero treinta y nueve"; la seducción, en "Evangelina", "Sielva María" o "Besito Cortao".

La temática del "negro" fue rica y amplia, verdadera muestra del folclor del Magdalena Grande; su inconfundible toque recorrió toda Colombia y buena parte del planeta cuando esa expresión era casi que prohibida en ciertos escenarios. Fue el primer artista colombiano en presentarse en el Madison Square Garden. Como músico y prestamista de dinero tenía tranquilidad monetaria. Jamás tomó, fumó o usó droga; la fama tampoco lo mareó y siempre vivió a su modo, con su grandiosa sencillez: nunca derrochó ni se pavoneó con gafas oscuras en una 4x4 y una nube de guardaespaldas.

A Gilberto Alejandro Durán Díaz, nacido en febrero de 1919, se le conocía también por sus coqueteos amorosos, sus innumerables conquistas y sus hijos en demasía: se habla de veinticuatro, "sin contar datos de otros municipios". Residió en Planeta Rica sus últimos treinta años y murió en noviembre de 1989 en Montería.

Sus anécdotas eran graciosas, variadas y numerosas: contaba el mismo Alejo que rumbo a Valledupar para participar en el primer Festival Vallenato, época de comunicaciones casi inexistentes, paró en una tienda de Chiriguaná a tomar algún refresco para aplacar el insoportable calor que hacía. La dueña, que escuchaba sus melodías por la radio pero no le había visto nunca, al observar el acordeón terciado al hombro del viajante le preguntó que hacia donde iba.

Alejo le respondió que participaría en el Festival. La señora le replica: "Mandas huevo. ¿Qué vas a hacer allá si se presenta Alejo Durán y también Luis Enrique. Alejo se gana esa vaina". "Bueno, a exhibirme será", respondió Duran, y partió sin identificarse: triunfó con su legendaria puya "Pedazo de acordeón". Fallecido hace 23 años, su espíritu debe estar en algún lugar dando cátedra de buen vallenato, que tanto se necesita por estos días.

Apostilla. Conmoción por el inexplicable secuestro de Carlos Pérez Núñez que hunde a su familia en una dolorosa tragedia. Nuestra solidaridad en tan difícil momento, y esperamos su pronto regreso sano y salvo.