Escrito por:
Hernando Pacific Gnecco
Columna: Coloquios y Apostillas
e-mail: hernando_pacific@hotmail.com
La historia, referente obligado, nos recuerda a una gran cantidad de enfermos, algunos realmente impedidos, que gobernaron a sus pueblos. En ciertos casos, por sus patologías tomaban decisiones bizarras (Herodes padecía sífilis con secuelas neurológicas; Pedro I de Rusia era epiléptico y alcohólico; Fernando VI de España murió demente mientras que Ronald Reagan intentaba disimular su Mal de Alhzeimer); otras veces, un tercero del sanedrín asumía las riendas detrás del poder mientras el mandatario aparecía ante su nación como el dueño de la autoridad.
El poder arruina la salud de quien lo ejerce: muy pocos salen indemnes y ninguno fortalecido. Al observar las fotos del antes y el después, el deterioro físico es evidente; Andrés Pastrana se hacía envejecer en las gráficas cuando era candidato, exiguo presagio de su posterior aspecto como expresidente; la senectud apresurada se observa patente en Belisario Betancur, Ernesto Samper y Álvaro Uribe. Los médicos presidenciales han tenido que trabajar duro para contener la tuberculosis de Simón Bolívar, el vértigo y la cólera de Uribe, la diverticultis de Barco, y las secuelas de los balazos recibidos por Samper en el atentado a José Antequera. En verdad, es muy poco lo que se ha sabido públicamente de la salud de nuestros mandatarios.
Cuando Chávez anunció a los venezolanos su cáncer (aún no se sabe la verdad verdadera), puso sobre el tapete la importancia de conocer pública y oficialmente el estado de salud de los presidentes y de sus posibles sucesores. Gracias a ello, nos enteramos que en Colombia no hay normatividad clara que defina el futuro del país durante las ausencias del presidente; si bien hay que saber cómo suplir el vacío, nos enfrentamos a la macondiana situación de que Angelino Garzón tiene la salud más deteriorada que la del Presidente, por lo cual se ha planteado su relevo o incluso alguna otra figura jurídica sustituta. Las preguntas obligadas son, al menos: ¿está Garzón en condiciones de asumir la presidencia en caso de una ausencia temporal o definitiva de Santos? ¿Quién sigue en la lista en caso de que ninguno de los dos pueda seguir en el sillón presidencial? ¿Cambiará el presidente a su llave vicepresidencial en caso de aspirar a la reelección? La primera respuesta es del resorte de la Medicina; la segunda, asunto de legisladores, y la tercera, de la mecánica política, todas imbricadas entre sí.
Angelino Garzón, de brillante trayectoria sin duda alguna y merecedor de sus logros, recién posesionado sufrió un infarto cardíaco que obligó a una cirugía urgente; más tarde, un accidente cerebrovascular deteriora visiblemente sus capacidades físicas; el Congreso quiso conocer su estado de salud mediante una comisión de ilustres galenos, lo cual fue rechazado vehementemente por el vicepresidente.
Otro vacío legal evidente: no hay manera de establecer su condición de salud: Colombia, país leguleyo, no ha previsto tal evento. Ya se vislumbran los intereses particulares de los politicastros metiendo baza para futuras legislaciones. Angelino Garzón me cae bien, le respeto y considero que hace un conveniente contrapeso político al Presidente Santos.
Desde la distancia y sin elementos de juicio distintos a sus apariciones públicas, considero que carece de los arrestos físicos para resistir el ejercicio del primer cargo del país; incluso, un segundo período vicepresidencial pondría en riesgo serio su salud y su vida. Sin embargo, el Vicepresidente merece todo el respeto como persona y como paciente, por su investidura y por su trayectoria; no se le puede sacar a sombrerazos como pretenden los buitres que le acechan y, menos aun, sin tener clara la reglamentación correspondiente.
A falta de ella, el vice debe tener la grandeza de permitir que los especialistas encargados de su salud le expliquen al país su estado actual, cuáles son sus reservas físicas y su capacidad metal para determinar su continuidad como segundo al mando. Los oportunistas, llámense legisladores o magistrados, deben abstenerse de pescar en río revuelto para favorecer sus intereses, porque el país y no sus pequeños feudos es el que necesita respuestas serias.
Y de paso, para esas minipresidencias que son las gobernaciones y alcaldías habrá que definir si operan mecanismos similares de reemplazo. Entre médicos, legisladores y magistrados se debe establecer la manera de cerrar esa brecha, con las herramientas científicas y legales para actuar debida y oportunamente en casos futuros.
Apostilla 1. A propósito, cada tanto se anuncia el fallecimiento de Fidel Castro, lo que aún no ocurre. Es tan longevo el dictador que a lo mejor acude al funeral de la muerte.