Los horrores de la guerra

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Desde los albores de la historia, los librepensadores han sido contrarios a la represión, la discriminación o la violencia, especialmente a su manifestación más extrema: la guerra.

Usualmente ventilan sus credos desde el arte, la comunicación, el deporte o mediante la simple divulgación de ideas en círculos de pensamiento o reuniones sociales. Paradójicamente, unos pocos deciden la muerte ajena -ellos no van al frente de combate- mediante confrontaciones bélicas "en nombre de las leyes, la Patria, el honor, la democracia, la religión" y demás argumentos de similar categoría. Naturalmente, los guerreristas persiguen al pensamiento lúcido creyendo que la desaparición de la fuente mata las ideas, tal su majadería cuando imaginan enviar un mensaje de silencio obligado: jamás ha sucedido así.

Por el contrario, cada libertario perseguido se convierte en un ícono referente y sus ideas quedan salvaguardadas para siempre. Lo pone de presente la historia mundial con figuras como John Lennon, García Lorca, Mohamed Alí, Gandhi, Mateotti, Neruda, Luther King o Lincoln, y la colombiana con García Márquez, Gaitán o Jaime Garzón. Miles de espíritus que, con sus virtudes y defectos, han creído en la justicia, las libertades, la pluralidad, el respeto y la tolerancia y que, equivocados o no (criterio totalmente subjetivo), han luchado por ello sin empuñar armas distintas a sus ideas.

Fotógrafos, músicos, cineastas, escritores, actores y pintores han ocupado desde sus obras las atrocidades de la violencia, cosa distinta de la épica guerrera plasmada en el llamado arte militar. Tal vez, el estandarte artístico de la monstruosidad bélica es el Guernica de Picasso. "La pintura no está hecha para decorar las habitaciones.

Es un instrumento de guerra ofensivo y defensivo contra el enemigo", dijo alguna vez el malagueño. Con simbolismos evidentes, el cuadro muestra los efectos de la andanada salvaje perpetrada por las aviaciones alemana e italiana (Operación Rügen), cobarde ataque a la población civil sin previo aviso con el pretexto de combatir tropas enemigas presentes allí, como ocurrió también en varias importantes ciudades españolas: el objeto era devastarlas, tenebroso entrenamiento de la Luftwafe para la guerra, como lo reconoció Hermann Goering en el Juicio de Núremberg: simplemente escalofriante.

La verdad sale maltrecha, pues las facciones enfrentadas usaron el asalto para fines propagandísticos y nunca se sabrá a ciencia cierta lo que en realidad ocurrió. Pero no es lo único ni tampoco lo más grave: Hiroshima y Nagasaki fueron arrasadas por el único bombardeo atómico de la historia; Londres casi desaparece con el incesante ataque de la V2 nazis y la misma Berlín quedó irreconocible luego de la embestida final de los aliados. Recientemente, Bagdad y otras ciudades iraquíes quedaron derruidas por el ataque aliado.

En las olvidadas guerras africanas, dicen, caen 10 civiles por cada soldado que muere. Se afirma que en los conflictos después de la Segunda Guerra (90% de ellos ocurre en países no desarrollados), el 85% de las víctimas nada tuvo que ver con la guerra. La Franja de Gaza es clara muestra del sufrimiento de inermes civiles que pagan la ira del gobierno israelí.

Por lo general, los combatientes han ofrendado su integridad y sus vidas por causas ajenas a las que llegan, y no a gusto precisamente, arrastrados por mandatarios delirantes que ven en el fuego la única solución posible a todos los males; el listado de belicistas es infinito y jamás de llenará: de alucinados está lleno el mundo. Hablar con quienes han sobrevivido al infierno de la guerra es desgarrador; ver los estragos de las batallas en seres humanos, destrozados unos y traumatizados otros, causa un dolor desgarrador. Consolar viudas y huérfanos, demasiado triste.

Son testimonios escalofriantes que ponen de presente la miseria humana que significa una conflagración bélica, en contraste con quienes, cómodos en burgos resguardados y ajenos al ruin fragor, siguen cerrados al perdón y a la paz, almas flamígeras y mentes cerradas que insisten en luchas fratricidas como la nuestra, lejanos a la tragedia humana de los guerreros y sus familias.

Colombia tiene ahora una oportunidad preciosa de detener la brutalidad de una guerra sin cuartel en la que unos personajes por fuera del ordenamiento jurídico jamás ganarán, las fuerzas legales tampoco han podido derrotarlos, mientras la tierra colombiana se mancha de la sangre de hermanos enfrentados desde orillas opuestas, y las arcas públicas deben alimentar la confrontación a costos altísimos en detrimento de derechos fundamentales como la salud, la educación o el trabajo, y del mismísimo desarrollo de la nación.

"En pelea de elefantes el que pierde es el pasto", dicen los africanos; en nuestro conflicto, el colombiano raso ha llevado la peor parte. Razones más que suficientes para apostarle al cese al fuego, que la paz vendrá como consecuencia de la inversión en escuelas, universidades, hospitales, obras públicas y, sobre todo, de la inclusión y la justicia social. A pesar de los profetas del desastre.

Apostilla. El deporte colombiano sigue dando alegrías. Ahora le tocó el turno al patinaje. Un merecido aplauso por la delegación colombiana que ganó el campeonato orbital en Italia.