Gabo, una fortaleza físico-mental a los 85 años, que asombra

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Escrito por:

Orlando López Lozano

Orlando López Lozano

Columna: Así veo las cosas

e-mail: orlandoluis1210@hotmail.com



Aunque sea esta una nota extemporánea sobre el cumpleaños número 85 de nuestro premio Nobel, no quiero privarme del placer de referirme al escritor que tuvo a bien desempolvar ese realismo mágico que en Aracataca -su tierra natal- se vive en cada esquina.

En un país con los problemas del nuestro, no es fácil llegar lúcido a la edad de 85 años y menos cuando en los años juveniles se ha padecido toda clase de vicisitudes: trashumancia en busca de una vida mejor, largas caminatas por las calles polvorientas de un pueblo bajo un sol canicular, cargando un pesado maletín repleto de libros, en busca de un comprador salvador, el hambre en una pensión de quinta en procura de un cartón de abogado que nunca llegó o el reiterativo caldo de hueso poroso que mantenía colgado en un clavo de una cocina francesa, al mismo tiempo que escribía y esperaba un giro de un periódico colombiano que nunca llegó.

Se ha dicho que los mejores caballos de carreras, del mundo, son los árabes por aquello de que para sobrevivir en la escasez de los abrazadores desiertos tienen que convertirse en jirafas para alcanzar las hojas de los trupillos, único alimento de los "camellos de elásticas cervices, de ojos verdes claros y de piel sedosa y rubia" de los cuales nos hablara en una poesía perfecta el poeta Valencia.

Y eso hizo nuestro Nobel. Transmutó todos los obstáculos y talanqueras que se le presentaron en su carrera de escritor y se convirtió en el más grande del continente. Su obra cimera -Cien años de soledad- asombró al mundo entero, sobre ella gravitaron y gravitan toda clase de elogios, comparándola con las más eximias obras de la literatura universal.

Algunos escritores inmensos han afirmado que es una Biblia con su Génesis, Isaías y Apocalipsis. Es un nuevo Don Quijote de la Mancha afirmaron otros, mientras hubo quienes -enredados en el maremágnum de su incapacidad para comprenderla- dijeron que era una novela para descrestar calentanos.

Lo cierto es que esa novela para descrestar calentanos ha sido traducida a más de 35 idiomas y sus ediciones suman hasta hoy una decena con un tiraje de 30 millones, solo en Buenos Aires, concediéndole el privilegio de ser la única novela hispanoamericana con las anteriores características. A esta epopeya latinoamericana le siguen y anteceden otras no menos importantes: El otoño del patriarca, La Hojarasca, La mala hora, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, El coronel no tiene quien le escriba, El secuestro, El amor en los tiempos del cólera, Del amor y otros demonios y cuentos como Los doce cuentos peregrinos, Ojos de perro azul, En este pueblo no hay ladrones, etc.

Vivir para contarla es la primera parte de sus memorias y a la edad de 85 años, con la misma disciplina de trabajo y una lucidez que desconcierta sigue trabajando la segunda parte.

¡Qué fortaleza física, mental y espiritual la de este hijo de Aracataca! Su salud durante su existencia ha sido la de un ciclope, solamente un malestar linfático -por no decir cáncer- lo vino a afectar pasados los 60 años, pero este campeón de las vicisitudes, lo mando pa' el carajo y como si nada hubiese pasado continuó impertérrito su camino, mamándole gallo a la vida, cantando boleros, bailando cumbia, asistiendo a homenajes bien merecidos y escribiendo "-que es lo único que sabes hacer-" recordando esta frase que en México le soltara un chofer que había reconocido a Gabo cuando absorto no movía su carro una vez que el cambio del semáforo le daba vía libre : "¡vete a escribir García Márquez que es lo único que sabes hacer!".

Simpática anécdota esta, semejante a la que le ocurriera cierto día cuando, procedente de Bogotá lo recogiera en el aeropuerto de Barranquilla un taxista, para llevarlo al Hotel del Prado. Al término de la carrera Gabo le preguntó al chofer cuánto le debía. Son diez mil pesos -le contestó el chofer-. ¿Cómo que diez mil pesos, si el taxímetro solo está marcando siete mil pesos?. Eche Gabo, -dijo el conductor que había reconocido al escritor- ¿le vas a creer al taxímetro más que a mí?. Ante semejante salida, Gabo soltó la carcajada y no tuvo más que pagarle los diez mil pesos al avivato taxista.

Innúmeras son las ingeniosas anécdotas que han pasado por la vida del gran escritor que, si nos empeñamos en contarlas no habrá espacio en esta nota para hacerlo.

Aunque un poco tarde, felices cumpleaños para el insigne hijo de Aracataca. Estamos seguros que su fortaleza tallada en granito, saturado de feldespato, cuarzo y mica, acompañado de un cerebro lucido con un numen incomparable, estará de pie por mucho tiempo deleitando al mundo con su prosa nigromántica, sus temas originales y su filosofía agreste, libre como las mariposas amarillas, cantarina y cristalina como el agua donde anidaban los huevos prehistóricos que anunciaban el nacimiento del Macondo de Úrsula, Arcadio, Melquiades, Amaranta, Aureliano, Remedio y demás personajes alucinantes de su novela sin par.

Parodiemos al poeta profano y repitamos: ¡Oh el gran Gabo, los hombres como tú aún no se duermen para escuchar la trompeta del Arcángel ni acuden a la cita final en Palestina!