Mi hijo estudia en la mejor universidad del país (parte final)

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jesús Dulce Hernández

Jesús Dulce Hernández

Columna: Anaquel

e-mail: ja.dulce@gmail.com



Alguna vez, a los trece años, me encontraba leyendo el libro de Gabo titulado "Relato de un Náufrago".

Mi madre de forma improvisada, pero no menos sagaz, me preguntó: cuando lees ¿imaginas lo que lees? A lo que yo respondí un poco dubitativo: sí. Esa pregunta me enseñó que el aprendizaje consistía no sólo en recibir el conocimiento sino en utilizarlo y transformarlo como a mí me diera la gana.

Ella, sin ser una mujer de cultura exorbitante, me enseñó que la vida estaba compuesta de miles de puertas y que en cada una había un placer o un peligro. Gracias a su pasión por la poesía, descubrí en los libros y la música lujosas puertas de entrada a un universo cultural mucho más ambicioso que el de los simples modelos escolares. Me indujo a la pintura, música, literatura, política y en cierta oportunidad hasta a la actuación.

Ya entrada la Universidad, un día de marzo fue mi deber recitar un poema ante la clase de argumentación en El Rosario. Como buen colombiano había dejado la tarea para el último momento. La noche anterior, se me ocurrió preguntarle a mi mamá qué versos podría yo recitar.

Su respuesta no fue democrática, y en un santiamén empezó ella a declamar delante de mí un poema de Neruda de los más conocidos: "…Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Y me oyes desde lejos y mi voz no te toca. Parece que los ojos se te hubieran volado y parece que un beso te cerrara la boca…". No fue necesario releer aquellos versos desmesurados del poeta chileno.

Su histrionismo y pasión por esas líneas me habían revelado que lo bello de la poesía no estaba sólo en el texto sino además en la internalización de su contenido. Como diría William Ospina "el cuerpo es la medida de nuestra verdadera sabiduría. […]Una educación que se funde sólo en la memoria, sólo en la disciplina, o sólo en el discurso, desperdiciará las posibilidades que tiene la propuesta de aprender con todo el cuerpo".

En esta última parte de los artículos sobre los modelos educativos en Colombia, he querido hacer una reflexión sobre el papel que juegan los padres y familiares en la formación temprana de jóvenes y niños. En ese sentido, quiero hacer especial énfasis, citando una vez más a Ospina y su libro La Lámpara Maravillosa, en que "aprender, es, en primer lugar, aprender la lengua, porque sólo en el ámbito de la lengua se da nuestra habilidad para interpretar el mundo, entenderlo y transformarlo".

En todas las culturas existe siempre un modo común de aprender la lengua: los cuentos y los cantos. Qué importantes resultan siendo para el alma pueril de los niños el resonar melodioso de esas historias con las que identifican la voz de los seres que les dieron la vida. Cuán necesario es para el niño aprendiz identificar la voz de mamá. Si las nuevas generaciones de padres comprendieran la importancia que representa para sus hijos el escuchar una voz de afecto que les narre historias y fantasías, hoy los pequeños no serían dejados al albedrío de una paternidad televisiva y de los juegos de video.

De acuerdo con Ospina, hay secretos en el lenguaje que sobrepasan los secretos del sentido. El lenguaje comporta también secretos de sonido, de afecto y de identificación. Este escritor colombiano nos recuerda en su libro una frase de Juan de la Cruz, que bien resume el rol trascendental que deben jugar los padres en el crecimiento espiritual e intelectual de sus hijos: "mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura".

Yo por mi parte, me siento afortunado al haber tenido como escuela de la lengua española no sólo los cantos de mi madre, sino además las mágicas y surrealistas tertulias de mi abuela y mis tías, en las que los niños siempre teníamos un lugar privilegiado, no para intervenir, pero sí para escuchar y darnos una idea propia de lo que era el mundo.

La educación no es responsabilidad sólo de las instituciones académicas. La familia, no hay que olvidarlo, es también una institución. Quizá la más valiosa de todas.

No sé si lo han pensado, pero la incesante oferta de cursos de comprensión de lectura que hoy pululan por las ciudades, no son otra cosa que una muestra de que los jóvenes de hoy no logran comprender el mundo en el que viven. Eso, en mi opinión, no se debe sólo a que el colegio o la universidad sean deficientes. Se debe, sobre todo, a que la crianza entre las nuevas familias avanza rezagada en una sociedad en la que los cuentos y los cantos ya no provienen de la voz de las madres, sino de los chats de blackberry y las redes sociales. Es más, si cuentan con suerte, de Universidades como Los Andes.