La falsa paz que anida en las conciencias

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Francisco Galvis Ramos

Francisco Galvis Ramos

Columna: Contrapunto

e-mail: contrapunto@une.net.co



Nada más útil que todo lo que perciben los sentidos para sumergirnos en el campo de las cavilaciones, unas felices y otras en extremo tristes. No hay día que los medios de comunicación no traigan unas de cal y otras de arena y nada qué recatear porque esencialmente registran hechos que la condición humana provoca. Sin duda, el ser humano a la vez que elevado y sublime, igual es capaz de las ruindades más devastadoras.

Curioseo en la prensa la tasa de cambio al tiempo que la de usura, hago el crucigrama y, más allá de algunos inteligentes comentarios, sobre lo que si me voy a fondo, con la ferocidad de una bestia carnicera, es sobre aquellos informes que ponen en evidencia los grandes dramas humanos y la brutal realidad que se vive en las calles.

Sea del caso comentar el descarnado informe de Rodrigo Martínez Arango en El Colombiano del 30 de abril sobre el oprobio de la prostitución infantil, para que se vea lo que es la falsa paz que anida en las conciencias, preciso por causa desgraciada del advenimiento de la muerte de los valores que, correspondiendo a la ética civil y a la moral cristiana, sin falta deberían presidir la existencia colectiva.

Repudio merecen las declaraciones de los agentes oficiales, que desnudan cínicamente su falta de compromiso para con los niños, porque todo en sus palabras son pretextos, o desconocen supinamente las leyes, se hacen los pendejos, o conviven con el delito, y autoridad que convive con el delito, réditos impúdicos podría estar devengando.

Por lo visto la Policía Judicial no tiene voluntad de atacar la comisión de los delitos que, en plena calle, vulneran a los niños en sus sagrados derechos, que postran su dignidad y vician definitivamente su existencia afectiva por el resto de los días.

El Estado debería tener una mínima política criminal dirigida a combatir a fondo el comercio carnal de que son objeto los mortales, especialmente los infantes y proceder sin misericordia contra las bandas que hacen de la corrupción infantil fuente de podridos ingresos, llámense padres de familia desalmados, terceros proxenetas, tratantes, propietarios de prostíbulos o servidores públicos de vista gorda, así coaligados con los pérfidos.

La legislación penal prevé el uso de agentes encubiertos para perseguir la criminalidad y, al parecer, para estos casos no se saca provecho de la herramienta para encauzar y llevar a juicio a toda esa canalla malhechora. Pareciera que a las autoridades sólo les interesara la implacable persecución de cierta delincuencia, a esa si da titulares, dispensa medallas y ascensos, como si el resto no valiera nada. Son nuestros niños, es el futuro de la Patria. ¡Necios!

De suyo la legislación sobre infancia y adolescencia termina siendo un catálogo defectuoso de buenas intenciones, un canto a la bandera que flota en manos del pudiente pero flojo sistema de Bienestar Familiar, agobiado por ese fardo de sedentarios inútiles que allí devenga y se jubila, pero no hace nada que se pudiera reputar ventajoso para la promoción, defensa y reparación de todas aquellas criaturas vulneradas por la acción de los bandidos.

Tiro al aire: el caso de la niñez en estado de prostitución reviste, cómo no, una tragedia de dimensiones catastróficas. Desdichados que somos, aunque no tanto como la caterva oficial que ve, oye y entiende menos que nosotros.