La evasión social

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Escrito por:

Carlos Payares González

Carlos Payares González

Columna: Pan y Vino

e-mail: carlospayaresgonzalez@hotmail.com



Parece ser cierto que en sociedades decadentes buena parte de la gente dispone de un dispositivo que la desconecta de toda adversidad, de toda resistencia y de toda capacidad crítica. Estas son por desgracia las dos caras de la evasión social: la negación de la realidad y el repliegue de la identidad y pertenencia para la débil o nula actuación y quedar la sociedad en manos del mesianismo o del destino.

La pobreza deja entonces de tener una base material para convertirse en algo espiritual. Se nos niega que seamos infortunados y se nos afirma que bien podríamos ser "ricos espirituales". Es decir, la pobreza deja de ser un problema material para convertirse en un problema básicamente mental.

Se nos propone, entonces, por parte de los "enfermeros sociales" o encubridores de la realidad un mecanismo alucinante (evasivo) interpuesto entre la capacidad racional y la realidad que padecemos. Un mecanismo que inmoviliza... que fataliza… que pretende imponer una supremacía de cualquier tipo mesianismo o de superstición ante la crudeza de las leyes que rigen a todo el Universo.

Es tal vez por eso que la política, que antes actuaba más como una ideología, ha venido siendo reducida a una imagen o expectativa; la política ha venido siendo transmutada en un mecanismo regido por leyes de la comunicación de ilusiones, de promesas y, escasamente, de discursos.

De esta manera toda la sociedad es vista como cualquier mercado donde la política es uno de los tantos productos ofrecidos al público.

Dice Guillermo Solarte Lindo que la política difumina frases de impacto, se hace con eslóganes publicitarios que producen en el hombre y la mujer de la calle el resultado esperado por los titiriteros de las sociedades actuales: los publicistas. Ágiles hombres de negocios que todo lo que tocan lo vuelven producto; inteligentes profesionales de la reducción impuesta por los espacios mediáticos. Si no se puede decir una frase, es innombrable. Quienes ejercen el poder, por regla general, eluden las responsabilidades que les corresponden; crean un discurso en que no pocos echan la culpa de todos los males a la inexistencia de una "cultura ciudadana", y no a la existencia de una estructura de poder, anquilosada y corrupta, que desnaturaliza cualquier pretensión de preservación de unos rasgos culturales que dignifiquen al ciudadano.

Es el poder el que estimula y perpetúa una anomia social para poder gobernar a su antojo. Es desde el poder que se desnaturaliza tanto lo público como el concepto de ciudadanía para poder actuar a su antojo.

No pocos son los medios que le hacen coro a la idea de que son los rasgos de nuestra identidad lo que nos ha ido empujando hacia el extremo.

Otros, no pocos, claman al viento la urgente necesidad de educar a la ciudadanía; es esta quien debe cargar en su espalda la responsabilidad del caos urbano. Sabemos que la inmensa mayoría de corruptos es egresada de los mejores colegios y universidades del país, de las regiones, de las ciudades… Esta gran valla de ignominia, diseñada por los poderes delincuenciales, es afrentosa, cruel y además sutilmente degradante: se nos señala como corruptos o violentos o ladrones, y con esto se quiere afirmar que estamos dispuestos a vendernos al mejor postor, sea este narcotraficante, político o comerciante de la vida.

Con esta marca sin parangón estamos siendo juzgados todos por lo que hacen algunos, consolidados en fuertes redes de poder no solo militar sino además económico, redes de cómplices que se han tomado el Estado y que se venden como servidores públicos; cínicos del poder, profesores de la ilegalidad. "Sus lagrimas son los clavos de mi cruz", dice Sabina en un verso que tomo por preciso.

Nos ufanamos de nuestra capacidad de "rebusque" que no es cosa distinta a reconocer que no vivimos sino que sobrevivimos en medio de la más brutal pobreza, de la más segura inseguridad laboral, de la carencia de garantías para acceder a la salud y la educación, de la falta de servicios públicos, de la ausencia de un vivienda digna y de una alimentación saludable. Pienso que el excesivo halago a nuestra "capacidad o inteligencia para el rebusque" termina siendo una impensada exaltación a una ingeniosidad que oculta nuestras razones de pobreza y atraso y nuestros deberes y responsabilidades.



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