Transgénicos: La otra cara de la moneda

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Los cultivos transgénicos, conocidos como Organismos Modificados Genéticamente (OMG), son los que al concebirse, reciben un gen forastero a su especie para que la productividad del cultivo aumente y tenga más resistencia a insectos o a herbicidas, generando mayor ingreso al agricultor.

Este discurso de las multinacionales que comercializan estas semillas, ha logrado que 17 millones de agricultores de 29 países del mundo hayan sembrado 160 millones de hectáreas de cultivos OMG en el 2011. Según el informe emitido por El International Service for the Acquisition of Agri-Biotech -ISAAA9, Estados Unidos con (69 millones), Brasil (30 millones) y Argentina (24 millones) de hectáreas, son los países con la mayor superficie de cultivos transgénicos a nivel mundial. Colombia ocupa el puesto No.15 con algo más de 100.000 hectáreas registradas.

El informe señala que, desde que estos cultivos fueron aprobados comercialmente en 1996, su implantación ha crecido "rápidamente" cada año, de modo que se ha convertido en el tipo de cultivo con "mayor crecimiento en la historia de la agricultura moderna" y en el 2011 han batido el récord de adopción con 12 millones de nuevas hectáreas.

La otra cara de la moneda la presentan las ONG ambientalistas defensores del campo, quienes sostienen que unas décadas atrás, las grandes compañías que crearon los químicos utilizados en la guerra, los trajeron luego a la agricultura como pesticidas y herbicidas. Unos años más adelante, empezaron a meterse en el negocio de la semilla y lograron aprobar leyes que impedían a los agricultores guardar su semilla y se inventaron una palabra que se llama "Derecho a la Propiedad Intelectual".

Para poder definir la semilla como su propiedad, las multinacionales se dieron cuenta que tenían que modificarla un poco y por eso crearon la ingeniería genética y los transgénicos. Es decir, cogen un gen de una bacteria, lo introducen en una planta y dicen "ahora hemos creado algo nuevo, somos creadores y por tanto dueños".

La ingeniería genética surgió por el deseo de patentar. La patente significa que nadie más puede utilizar, producir, fabricar y distribuir lo que se ha patentado. Las patentes están asociadas con el cobro de alquiler y por eso multinacionales como Monsanto, Bayer y Syngenta, cobran alquileres del 95% de las semillas transgénicas de soya, maíz, colza y algodón vendidas en cualquier parte del mundo. Hasta ahora controlan estos cuatro cultivos de forma total, pero más adelante quieren controlarlos todos.

Lo delicado de este asunto, es que la semilla significa alimento y cuando se controla la semilla, se controla el alimento. Anteriormente los agricultores compartían gratuitamente esas semillas. Ahora son propiedad de estas multinacionales que las comercializan cada año, porque ahora las hacen no-renovable (estériles). Los ingresos de estas empresas se multiplicaron el año pasado -en medio de la crisis alimentaria-, porque aumentaron en 100 dólares el precio del saco de maíz.

Como pueden ver, los transgénicos son una realidad en el mundo y por lo tanto se hace necesario que el Gobierno Nacional, gremios de la producción y Congreso de la República, inicien un debate público sobre esta materia para establecer reglas de juego que protejan nuestra biodiversidad, la propiedad pública de la semilla y el derecho a consumir una comida sana.