Hace un par de días tuve la fortuna de compartir con ilustres docentes de la región, la mayoría con formación de postgrado de tipo doctoral y magísteres en diferentes campos del conocimiento, de un evento de valía intelectual incomparable, programado y organizado por las directivas de la seccional Caribe de la Corporación Unificada Nacional de Educación Superior, en el cual se habló acerca del novedoso enfoque pedagógico implementado por esa institución, en Santa Marta.
El señor Camilo Jiménez, profesor del programa de Comunicación Social de la Universidad Javeriana de Bogotá, renunció a su cargo, porque consideró que sus estudiantes no realizaban el esfuerzo mínimo necesario para desempeñarse aceptablemente en el importante campo de la comunicación escrita. En otras palabras, el profesor sentó una voz de protesta válida en contra de la mediocridad latente del sistema educativo colombiano.
Y no hablo de mediocridad para afectar en forma alguna a estudiantes, docentes o instituciones de educación superior en Colombia, sino que hablo acerca de la mediocridad que recae sobre un sistema de pensamiento ineficiente y poco fructífero.
Hablo de la mediocridad inherente a la mente y el corazón del hombre colombiano de hoy, que es incapaz de visualizar un mundo primeramente humano, ético, progresista, de excelencia y calidad después político y económico, hacia donde debería confluir una nueva estirpe generacional que transforme las ideas, en pro de la construcción de una sociedad más exitosa y justa.
No pienso que la intención del docente haya sido burlarse de sus estudiantes por causa de la forma particular en que estos conciben el mundo, menospreciar la importancia de las tecnologías puestas a disposición del hombre, y mucho menos que haya sido un cobarde por abandonar una nave a punto de zozobrar.
El autor de esa protesta sabia y bien fundamentada, a mi manera de ver las cosas, es una persona con una capacidad analítica y critica excepcional que se atrevió de manera original, a manifestarse en contra de la pasividad, la desidia y la falta de compromiso asumida por un Estado ineficiente, una sociedad conformista, y una familia claramente despreocupada por la formación de hombres íntegros, honestos y éticos.
No creo que el docente en cuestión sea un cavernícola, o un retrogrado que se resiste a comprender la importancia que tienen las TIC en el proceso de formación, sino por el contrario, un visionario preocupado por la construcción de hombres íntegros, capaces de transformar el conocimiento, la ciencia y por extensión el mundo en el cual viven a partir del uso responsable de esas mismas tecnologías. Aunque difiero grandemente en opinión a algunos de mis maestros, debo aceptar, que gracias al agradable debate se pudo sentar el fundamento necesario para gestar, hacia futuro, un ambiente tipo foro en el cual se aborden temas de interés público que promuevan el pensamiento intelectual de vanguardia. Como enseñanza, este singular ejercicio me dice que: Contrario a lo que se piensa, los términos educación, conocimiento, ciencia, progreso, excelencia, cambio y transformación social, se construyen vívidamente desde escenarios en los que incuestionablemente predomina la diversidad de criterios, y no desde el consenso amañado de estos.