La deserción escolar (2)

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Payares González

Carlos Payares González

Columna: Pan y Vino

e-mail: carlospayaresgonzalez@hotmail.com



No existe una sola causa de la inasistencia y deserción/expulsión escolar. Son múltiples los factores que inciden para que nuestros niños, niñas y jóvenes no asistan o abandonen prematuramente las aulas escolares. De una manera simple podríamos hablar de causas referidas al sistema social ("externas") y de causas referidas al sistema educativo ("internas"). Dentro de las primeras emerge en primer lugar la marginalidad social. La profunda discriminación socio-económica imperante en Colombia (cada vez existen menos ricos y cada vez más pobres) conlleva a una inequidad en el goce de oportunidades sociales como es el caso de la educación pública.

Muchos de nuestros potenciales estudiantes tienen serios problemas económicos en sus hogares, lo que los obliga a convertirse en precoces trabajadores (casi siempre informales) o lo que es más grave, en posibles actores de actividades punibles a pesar de la temprana edad. La necesidad de generar recursos económicos para la supervivencia de la familia obliga a nuestros jóvenes a sustraerse de la educación, aún en condiciones de absoluta gratuidad, para ingresar a la escuela. Buena parte de la población de nuestras ciudades tiene ingresos precarios que, lógicamente, no alcanzan para satisfacer las necesidades más básicas o indispensables de los miembros de una familia.

La inasistencia (no matriculación) y el abandono escolar (deserción/expulsión) por problemas económicos en sus hogares representan estadísticamente alrededor de una tercera parte de nuestros niños, niñas y jóvenes en edad escolar. Cabe señalar que trabajar, en este caso, representa una franca vulneración de los derechos fundamentales de niños, niñas y jóvenes, quienes, ante la legislación internacional y nacional, no están obligados a tener que trabajar, lo que va en detrimento de su escolaridad. Muchas veces se les encuentra trabajando en condiciones laborales deplorables o bajo el abuso de adultos que los utilizan para toda clase de despropósitos.

Por eso la desescolarización de nuestros niños, niñas y jóvenes es una afrenta para toda la sociedad; es algo indeseable que nos debe estimular a todos a tomar partido a favor de la escolarización.

La escolarización es, en este caso, una opción decente de mejoramiento de las precarias condiciones socioeconómicas de sus hogares. De tal manera que la inasistencia o el abandono escolar (deserción/expulsión) en vez de resolver las calamidades domésticas derivadas de la pobreza y la marginalidad, que no les permiten asistir a la escuela y colegios, terminan reafirmándolas. Para los pobres, abandonar la educación es suscribir una condena para seguir siéndolo toda la vida. Cuando los pobres logran estudiar no solo mejoran sus condiciones de desempeño personal, sino que también logran mejorar las de su atribulado grupo familiar.

Hemos escuchado y dicho que la educación es un problema que compete a toda la sociedad. Es bien sabido que no solo las instituciones escolares educan, sino que toda la sociedad lo hace de mil maneras. El Estado no puede limitarse a ofrecer una educación gratuita de la primaria y secundaria, sino que también tiene que pensar en verdaderos incentivos que apunten a mitigar las causas estructurales de la inasistencia y el abandono/expulsión escolar. La ampliación de la cobertura de los comedores escolares, la entrega de morrales y útiles escolares, la universalización y dotación de uniformes con zapatos, la facilitación de mecanismos de transporte (buses, bicicletas, subsidios, etcétera), la generación de espacios recreativos y deportivos en escuelas y colegios, la prolongación de la jornada escolar para el reforzamiento de los conocimientos y del aprendizaje artístico/humanista, entre otras, serán, sin duda, mecanismos atractivos que estimularán de verdad a los padres para matricular a los niños, niñas y jóvenes en las instituciones educativas oficiales. La educación pública debe garantizar el ingreso universal a las instituciones educativas bajo condiciones estimulantes de permanencia. Hacer de la educación un espacio del conocimiento y la lúdica. Aprender debe ser algo absolutamente agradable y estimulante (hablaremos algo de esto en la próxima columna). Esto sería un buen comienzo para empezar a romperle el espinazo a la odiosa inequidad social imperante en Colombia.